Iba en pijama y estaba ensangrentada. A punto de cumplir doce años, la pequeña pronunció las palabras que dejaron helados a los guardias del cuartel: «Mi papá ha matado a mamá».
Eran las cinco de la madrugada, y aunque la noche no era fría, la aparición de la menor dejó helados a los funcionarios de guardia. Reaccionaron rápidamente y le dijeron que les indicara dónde vivía. La pequeña, que habla perfectamente castellano y estaba muy integrada en Santanyí, les dirigió con asombrosa sangre fría hasta el número 46 de la calle Sol. Es una planta baja alquilada a un vecino de Cala Figuera, desde hace unos tres años, y cuentan que el casero estaba muy contento con la familia búlgara, que pagaba puntualmente cada mes de alquiler. Todavía no había amanecido cuando los dos funcionarios llamaron a la puerta y les abrió Giorgi Borisov. Uno de ellos se quedó con el sospechoso, custodiándole, y el otro registró la casa.
Sobre la cuna
En el cuarto del matrimonio, sobre la cuna del niño pequeño, yacía el cadáver de Snezhana, en una posición inverosímil. El hijo de dos años estaba en otra estancia de la vivienda, muy desconcertado. El homicida confeso vestía de calle, mientras que ella iba en ropa interior y con una camiseta. Una de las prioridades de los agentes fue que los dos hermanos no vieran todo el protocolo que se iba a desarrollar a continuación y una psicóloga del 112 se los llevó de la escena del crimen.
Se da la circunstancia de que la misma psicóloga horas después, cuando regresaba a Palma en su coche, sufrió un aparatoso accidente de tráfico en Llucmajor, tras volcar su coche varias veces. La mujer fue hospitalizada con pronóstico reservado.
La inspección ocular en la casa se prolongó por espacio de más de cinco horas y fue exhaustiva. Allí se encontró dinero en efectivo y pastillas antidepresivas de Giorgi, que había adquirido hacía cinco años en Bulgaria y que estaban apunto de caducar. También encontraron más medicación que da a entender que el hombre padecía algunos trastornos mentales y que se medicaba para controlarlos. Una de las principales hipótesis policiales apunta a que el jardinero búlgaro se trastornó tras quedarse en paro y dejar de medicarse.
A los funcionarios que le esposaron les repitió que su esposa había intentado matar al hijo pequeño, y que él se vio obligado a intervenir. Los investigadores, sin embargo, no dan demasiada credibilidad a esa versión. La causa de la muerte de la mujer podría ser el estrangulamiento, aunque también presentaba contusiones -algunas de ellas en la cabeza- y será la autopsia la que determine si la muerte le sobrevino por asfixia o por traumatismo cráneo encefálico.
Giorgi tiene unas manos tremendamente grandes y fuertes y los agentes creen que no utilizó ninguna correa para estrangular a su esposa, sino que lo hizo él mismo, presionando con fuerza el cuello.
El albañil se movía por el pueblo a bordo de un viejo Renault Twingo que compró de segunda mano y para sus trabajos como albañil o jardinero utilizaba una furgoneta. Ella, en cambio, apenas salía de la casa. Sólo lo hacía para ir al colegio de su hija o para hacer la compra, en un supermercado próximo.
Joana Aguiló, una vecina, contó que su hija, de la misma edad que la hija de los Cheshmedzhiev, estaba muy unida a ella, ya que iban juntas a clase. «Era su mejor amiga, estaban muy unidas. Estamos destrozados», contó la madre. La menor, nada más conocer la tragedia, le dejó ropa a su amiga porque los agentes no dejaban que nadie ajeno a la investigación regresara a la casa.