«Curiosamente, ese cinco de enero era lunes, como hoy». Andreu Valls es la imagen del tesón personificado en una idea: aclarar qué le ocurrió a su hijo. Ayer se cumplieron once años desde que Miquel Àngel Valls salió a pasear por Palma la víspera de Reyes y nunca más se supo de él. El progenitor, pese a la ausencia total de noticias, no pierde la esperanza: «Creo que mi hijo sigue vivo».
Ese 5 de enero de 1998, marcado en fuego en la memoria de la familia Valls-Marqués, el joven que por aquel entonces tenía 20 años se comportó de forma normal. Era introvertido, hablaba poco y su pasión era la música y los idiomas. «Pero no todos, sólo dos: el portugués y el francés», cuenta Andreu. Se había suscrito a un periódico luso Público durante seis meses y visionaba películas en francés para adquirir soltura con esa lengua. Era un autodidacta, aprendía a su manera, lejos de academias y profesores. Esa tarde dejó todo preparado para grabar una película del Canal Plus en francés y dejó el dinero y la documentación en su cuarto. Aparentemente no tenía ninguna intención de marcharse.
Salió de su casa de la calle Pons i Gallarza y se dirigió a la Plaza de España. Por el camino lo vieron al menos cinco conocidos o amigos y a uno de ellos le comentó que regresaba porque se había sentido súbitamente mal. Llegó a estar muy cerca de su casa, ya que otro testigo se topó con él en la confluencia de Balmes con Eusebio Estada. A 200 metros del domicilio familiar cambió de opinión o bien fue engatusado por alguien, porque nunca llegó a subir al piso. Ese encuentro casual o ese cambio repentino de opinión, atormenta a Andreu y a su familia once años después. ¿Qué le hizo cambiar de idea al joven?
«Hace dos años que la policía no habla conmigo, y lo único que pido es que la investigación continúe. Las cosas no se hicieron como tocaba y nos merecemos que el caso no sea archivado», sostiene el progenitor. El jubilado no deja de pensar ni un sólo día en el destino de su hijo y se pregunta si la misteriosa influencia de un hombre, mayor que el chico, tuvo algo que ver en los acontecimientos de la Víspera de Reyes. «Un día antes de desaparecer, el 4 de enero, se encontró con un conocido en la entrada de la iglesia de la Encarnación y según le contó Miquel Àngel luego a su primo ese señor le ofreció un asunto turbio relacionado con la homosexualidad, que él rechazó», recuerda Andreu.
«Lo que tengo claro, después de tanto tiempo, es que mi hijo no se fue de casa de forma voluntaria. O lo engañaron o se marchó con alguien pensando que regresaría al poco tiempo. Tampoco podemos descartar que lo captara alguna secta», añade. En este sentido, el carácter influenciable de Miquel Àngel era propicio para que algún grupúsculo pudiera condicionarlo para que abandonara su familia, al menos por un tiempo. «Lo que no es normal es que hayan pasado once años, Miquel Àngel no nos haría esto. Si el cuerpo no ha aparecido puede significar dos cosas: o bien que esté vivo y posiblemente fuera de Mallorca, o bien que alguien lo haya hecho desaparecer. En ese caso estaríamos hablando de un asesinato».
La familia Valls Marqués, al igual que otras de otros tantos desaparecidos mallorquines, insiste en que casos como el de Miquel Àngel nunca deberían archivarse. Sobretodo porque los medios técnicos y humanos de la actualidad son muy superiores a los que contaba la Policía a finales de los 90, cuando el vecino de Pons i Gallarza salió por última vez de su casa.