JAVIER JIMÉNEZ
«Que alguien me ayude, por favor». A las doce de la medianoche del sábado al domingo Hermenegildo Fernández Salvá, un ex presidiario apodado 'El David', entra en la hamburguesería Cas Bessons, en la urbanización de es Figueral (Marratxí). Sabe que a esa hora siempre hay policías locales o guardias civiles tomando un café y se dirige a dos agentes y les explica, con los ojos llenos de lágrimas, que su compañera «está muy mal». Es un consumidor habitual de crack, una de las drogas más duras que existen, y desde hace menos de un año vive en un garaje alquilado, en los bajos de un restaurante chino de la calle Can Barrera, número 52.
El aparcamiento es lúgubre y está repleto de trastos y suciedad. Sobre una cama aparece el cuerpo de Laura Gallego Negre, una joven de 28 años. Hermenegildo, que trabaja como mecánico, ofrece versiones confusas y habla de un accidente que pudo haber sufrido la chica en Son Banya, tras caerse de una moto. Nada cuadra y todas las miradas se centran en él. Pasa a ser el sospechoso número uno de la muerte, que desde luego no es natural. La joven tiene el cuerpo destrozado, con múltiples fracturas y hay un dato muy inquietante: está totalmente rígida y lleva unas doce horas muerta. Parece ser que alguien ha limpiado la sangre, tanto del cuerpo como del suelo.
La Policía Judicial de la Guardia Civil se hace cargo de la investigación y procede a la detención del compañero de la víctima, como supuesto autor del crimen. Llega el forense y el juez de guardia y siguen apareciendo indicios que apuntan a una muerte brutal. Laura tiene el cuello roto y la caja torácica destrozada. Además, está cubierta de moratones. Las lesiones, según los investigadores, son compatibles con una paliza, aunque no queda claro si recibió una lluvia de patadas y puñetazos o fue atacada con un objeto contundente.
Durante horas los agentes registran el garaje alquilado, que hacía las veces de casa y de taller mecánico.
Mientras tanto, 'El David' es trasladado a la Comandancia, a pesar de que sigue negando su implicación en los hechos. Se aturulla con distintas versiones y llega a insinuar que a Laura le han dado una paliza en Son Banya. Luego vuelve a la caída de la moto, y al final se hace un lío.
Amanece en el número 52 de la calle Can Barrera. El aparcamiento está justo delante de un estanco, a 200 metros de la iglesia. Llueve con fuerza durante unos minutos y en nada amaina. Los vecinos madrugan ávidos de noticias. Durante la noche el trasiego de coches patrulla ha alterado la habitual tranquilidad de es Figueral y circulan todo tipo de rumores sobre el fatídico final de la inquilina del garaje. Asombrosamente, muchos de los vecinos están muy bien informados. Los detalles del crimen se han propagado como la pólvora.
A última hora de la mañana los agentes de la Policía Judicial regresan al aparcamiento, con linternas y equipos especiales. Buscan sangre y algún objeto contundente que pudiera haber sido utilizado en la salvaje agresión. También revisan el sótano porque hay efectos sospechosos, que podrían ser de origen ilícito. El cuerpo destrozado de la joven ya lleva unas horas en el anatómico forense, donde hoy se le practicará la autopsia. El que hasta ayer era su novio se enroca y sigue sosteniendo su inocencia: «Yo no he sido». Mientras, la Guardia Civil estrecha el círculo para demostrar lo contrario. Es una lucha contrarreloj para demostrar que Laura fue apaleada hasta la muerte. Como un perro.