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Las secuelas de un crimen

Cuatro niños de entre seis y once años viven las secuelas del asesinato de su madre, Noura, ocurrido en octubre de 2006 en es Rafal. Su abuela vino de Marruecos a Palma para hacerse cargo de ellos. Necesitan ayuda.

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Karim, Hajar, Wassima y Samira, de once, siete, seis y seis años de edad respectivamente, son los cuatro hijos nacidos de la relación matrimonial entre Rachid Bennis y Noura Hichou. Dos de los menores han nacido en Mallorca y los otros dos llevan residiendo más años en la Isla que en el país de donde son originarios, Marruecos. El uno de octubre de 2006 Rachid mató a Noura en es Rafal. El pasado mes de abril fue juzgado y condenado en la Audiencia Provincial. Pero eso es la historia del crímen. Lo que queda ahora son lo que algunos llaman efectos colaterales, y que en este caso tienen nombres y apellidos. Son los nombres y apellidos de los cuatro hijos. karim, el mayor, es el que más sufre en los entresijos de su cerebro las consecuencias de la locura de su padre. El estaba presente, fue testigo directo del crimen, y por eso está ingresado en un centro donde se le aplica tratamiento psiquiátrico y recibe ayuda psicológica. Samira, una de los dos gemelas, de seis años, sufre una discapacidad y está ingresada en otro centro, de donde sale los fines de semana. Después del crimen la madre de Noura y abuela de los niños, Hafida, que residía en Tetuán, vino a Palma. Las autoridades le gestionaron una tarjeta de residencia y la mujer es la que se encarga de la casa y los niños. También están en Palma dos hermanos de Noura, Mohamed, de 26 años y Aquatif, de 20. Pero ambos están ilegales. No pueden tener un contrato de trabajo porque, oficialmente, si un día son identificados en un control se les podría repatriar. El Servei de Protecció del Menor paga 150 euros cada mes para tres de los cuatro niños, y la abuela hace cuando puede horas en casas particulares para limpiar. Quienes conocen a la familia aseguran que son «buena gente», y piden que se haga un esfuerzo para legalizar la situación de toda la familia. Mientras estoy en su casa Hafida habla poco, no se queja casi de nada, pero su mirada refleja la situación por la que atraviesa.

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