A las 01.40 horas del jueves, Vladimir estaba hablando por teléfono con su hija Alexandra, que ese día cumplía ocho años y celebraba una fiesta en casa de sus abuelos, en Pisco. De repente, se oyó un zumbido y se hizo un silencio que duró seis horas eternas, durante las que no tuvo noticia alguna de su familia.
«Cuando se cortó el teléfono comencé a llamar al resto de personas que estaban en la casa, pero nadie daba señal y no entendía por qué», recuerda Vladimir, un peruano de 30 años natural de Pisco que trabaja en Mallorca desde hace cuatro meses en la instalación de ascensores. Sólo al cabo de seis horas, una prima que reside en Nueva York le dijo que toda la familia estaba bien. «A veces pasan estas casualidades. Mi hija quería celebrar la fiesta en casa de mis suegros. Menos mal que la convencí de que no lo hiciese, porque la casa se vino abajo» explica Vladimir, que tiene tres hijas, una de ellas recién nacida.
Con el paso de las horas pudo hablar con su mujer. «No paraba de llorar. Están viviendo dentro de un coche, ya que en la calle hace mucho frío. Muchos vecinos se han ido a un gran descampado porque tienen miedo de que se les caigan las casas encima si hay una réplica», prosigue. El joven inmigrante sabe que la situación es complicada: «hay pillajes y avalanchas de personas que se agolpan para recoger la ayuda», explica Vladimir, que tiene la intención de ir a Perú el próximo diciembre. «Quería ir ahora, pero me frenan porque me dicen que soy más útil aquí. Pero es muy duro. Veo fotos por Internet de sitios que conozco: plazas y calles que ya no existen, y me siento mal», comenta. «Ahora hay que comenzar de cero. Quizá de todo esto nazca un Pisco mejor», reflexiona.