E. LÓPEZ VERDÚ / J. M. AGUILÓ
Este plazo supuso un respiro para las familias que aún habitan en la finca rústica, y que ayer se desplazaron hasta las oficinas del Departamento de Disciplina Urbanística de Cort para interesarse por el expediente. Por su parte, el propietario de la finca, Tomeu Torrens, explicó que «no he perjudicado en nada» a los inquilinos y que «más o menos, ya he derribado todo lo que me molestaba más».
Torrens advirtió que «esta gente tendría que buscarse un lugar con agua y con luz, porque viven como animales, peor que en pocilgas y peor que los cerdos que teníamos». «Yo no los puedo sacar, pero no me molestan. No me dan nada pero tampoco les puedes pedir nada, porque están medio muertos», prosiguió.
Su versión es que en las cocheras derribadas no vivía nadie desde hace años, aunque hace dos semanas llegaron gitanos que «roban naranjas». También explicó que pretende sembrar en esos terrenos y que ha interpuesto una denuncia contra los inquilinos. Por su parte, una de las residentes afirmó que los ingresos, de entre 100 y 200 euros, se realizan mensualmente y en mano a las hijas del propietario. Éstas, a cambio, les entregan recibos escritos a mano.