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Crónica de un asesinato

La policía está a la espera de la prueba de la parafina para saber si el compañero de la víctima tocó el arma de fuego El hombre estuvo casado en su país, es padre de ocho hijos y desde hace unos 10 años vivía con Katharina Glaser

El compañero de la víctima mantuvo su inocencia en la declaración que prestó ante la policía el pasado lunes.

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La noche del lunes al martes es húmeda, con un calor pegajoso aliviado en ocasiones por la brisa marina. El silencio es casi absoluto en Cala Murada, una zona en la que hay dos hoteles y donde en verano los residentes son casi un millar, entre el medio centenar que ocupan los distintos chalets, la mayoría plantas bajas, y los clientes de los dos establecimientos hoteleros, el «Cala Murada» y el «Valparaíso». Desde la tarde del pasado domingo se ha escrito un crimen en Cala Murada y es inevitable que ése sea el tema de conversación, o uno de ellos. En la terraza de un restaurante hay personas que dan sus opiniones: «Habrá sido fulanito, o quizás el otro...» pero todas descartan la versión de un ladrón. Quizás sea porque Cala Murada es una especie de oasis en la Isla, en lo concerniente a la seguridad. El verano pasado, por ejemplo, el índice de denuncias por robos fue de cero y este año, desde que se ha iniciado la temporada estival, se tiene constancia de algunos intentos de hurto que no han llegado a fructificar gracias a una permanente presencia policial y, dicen, a la propia orografía del terreno. Una orografía que quizás no tenga nada que ver, pero que citan algunos vecinos a la hora de recordar que hace unos 20 años, en Cala Murada se refugiaron muchos nazis, el último de los cuales murió hace unos tres años, y quizás se sentían más «seguros» al saber que para acceder a sus casas sólo hay un único camino.

La noche avanza y la conversación se va centrando en el asesinato. Del compañero de la víctima dicen que es un alemán que estaba, o estuvo, casado en su país y que de su matrimonio nacieron ocho hijos. Desde hace unos diez o doce años compartía su vida con Katharina, conducía un «mehari» y se solía ver a la pareja paseando con un perro. Del hombre se destaca sus «prontos» y una cierta dosis de mal genio.

La tarde del lunes prestó declaración ante los inspectores del Grupo de Homicidios. Mantuvo que es inocente y al preguntarle por la funda de la carabina que se encontró en el chalet, dijo que en un tiempo tuvo una, pero que ya no la tenía. El problema es que, ahora mismo, no se encuentra el móvil del crimen. El compañero de Katharina ha entrado en algunas contradicciones, pero ello no es suficiente como para involucrarlo. Está claro. Por esto la policía deja entrever que se está en una especie de compás de espera. La tarde del domingo se practicó la prueba de la parafina al compañero de Katharina. Esto es, en síntesis, tomar una serie de muestras de su piel y certificar si le han quedado restos de la pólvora del proyectil. Estas y otras pruebas han sido remitidas a un laboratorio de Madrid, y se está a la espera de los resultados. Mientras, el hombre sigue residiendo en Cala Murada y ayer recibió la visita de uno de sus hijos, que se desplazó desde Alemania. A media mañana sacó a pasear a su perro, como solía hacer siempre con su compañera sentimental. En la declaración aludida insistió en que él no es el autor del disparo, aunque parece ser que ya no hace tanto hincapié en la presencia del ladrón que habría efectuado el disparo. La noche sigue avanzando y la conversación se va por otros derroteros. Parece cómo si se quisiera aislar el caso y, lo único que mantiene en vilo a los residentes es saber quién ha sido el asesino.

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