MICHELS
Las tradicionales vendedoras ilegales de fruta ya han llegado este año a las playas del municipio de Andratx, entre ellas Camp de Mar. Al margen del servicio al turista que ofrecen, son muchos los extranjeros que han protestado ante la policía por pequeños hurtos o por la conducta abusiva de las vendedoras, de las que han llegado a recibir amenazas e insultos si no les entregaban entre 10 y 20 euros por un trozo de piña o una bebida.
Según ha averiguado la policía local, las mujeres se desplazan en taxi en pequeños grupos, repartiéndose por las playas de Calvià y Andratx. Una vez en el destino, acuden a los supermercados y compran sandías, piñas, melones y otras frutas.
Desde hace algún tiempo, la policía ha montado dispositivos de vigilancia especiales para intentar impedir esta actividad. Ayer mismo, en Santa Ponça había dos motoristas y otro agente en bicicleta para efectuar un seguimiento. Sin embargo, las vendedoras aprovechan el mínimo despiste o el hecho de que los agentes reciban un aviso en otro lugar para desplegarse por la playa.
Una vez allí, cobran a precio de oro la fruta, y con el mismo cuchillo que se ve en una de las fotos, han llegado a amenazar a los turistas que no les daban la cantidad de dinero solicitada. En otra de las fotos se puede ver a una vendedora revolviendo entre las pertenencias de un grupo de turistas extranjeros en busca de dinero.
Además de la fruta, otra de las mujeres se encarga de llevar cubos con bebidas, que oculta en sitios estratégicos a la espera del despiste policial. Ayer, sin embargo, los agentes sorprendieron a estas mujeres y las invitaron a salir de la playa.
La única respuesta policial es multar a las mujeres por ejercer una actividad ilegal, aunque las multas casi nunca llegan a cobrarse.
Un grupo de mallorquines que ayer pasaba el día en la playa de Santa Ponça explicó que a mediodía, apenas a cinco metros de ellos, una de las vendedoras sacó de la riñonera unos 200 euros que comenzó a contar una y otra vez. Los turistas pidieron más vigilancia policial y describieron la situación como «un juego de escondite entre policía y vendedores que nunca se acaba».