La carnicería fue obra de profesionales, lo que aterroriza aún más. Todos intentan aparentar normalidad, pero la realidad es otra. Muy distinta. Éste es el relato de una investigación periodística que empezó el pasado día 4, sábado.
A las dos de la tarde está previsto que despegue el vuelo 9803, con destino a Cancún. La nueva terminal T4 de Barajas es un caos y parte del pasaje del avión de Iberworld se pierde en aquellos laberínticos pasillos. El avión, pues, sale con media hora de retraso. Volamos a once mil metros de altura, a una velocidad de 800 kilómetros por hora y en el exterior hay 59 grados bajo cero de temperatura. El Airbus A-330, espacioso y moderno, tarda más de once horas en cubrir el trayecto, que resulta agotador. Aterrizamos en Cancún, donde nos recibe un calor asfixiante y una humedad del 40%. La Riviera Maya, y en concreto el Hotel Barceló Maya Caribe, está a 77 kilómetros, en dirección a Tullum. Al llegar es noche cerrada y el guía se afana en transmitir una sensación de seguridad: «Esta es una zona 99%, así que pueden estar tranquilos». No está tan claro. Ningún trabajador o empleado se refiere directamente y por su nombre al sangriento episodio de la habitación 4.134, pero sí hay continuas y veladas referencias al suceso. «Su seguridad es una de nuestras prioridades», repiten, casi sin venir a cuento. El hotel, de cinco estrellas, se inauguró hace seis años y es de unas dimensiones faraónicas. Tiene gimnasio, dos colosales piscinas, Spa y otros lujosos servicios. Emplazado a la orilla del caribe mexicano aquel complejo podría ser el paraíso. Pero la sombra del doble asesinato es demasiado alargada. La tensión se respira en el ambiente y camareros y botones han sido advertidos para que no sean indiscretos con los clientes: «Nos tienen prohibido hablar del episodio, nos jugamos el puesto de trabajo». Aún así, el silencio impuesto no siempre funciona. Hay grietas en la mordaza. María -el nombre es ficticio para evitar represalias laborales- recuerda cómo se desarrollaron los hechos: «Los cuerpos degollados se descubrieron a las ocho y cuarto de la mañana. Los amigos de Domenico y Annunziata los esperaban para desayunar, pero como el matrimonio no llegaba se preocuparon y dieron parte en la recepción del hotel», cuenta la joven, mientras sirve diligente una cerveza a un turista británico, que la mira sin comprender nada. La camarera prosigue, en tono confidencial: «Al abrir se los encontraron a ella en la entrada de la recámara y a él en el baño. Les habían cortado el cuello», concluye apesadumbrada.
Nos alojamos en la habitación 4.321, justo encima del escenario del doble asesinato. La ubicación no la decidimos nosotros, sino el hotel. Evidentemente aún no saben que somos periodistas. El recepcionista que nos entrega la tarjeta-llave nos mira preocupado y luego lanza un suspiro, aliviado: «Pensaba que eran ingleses y no veía yo cómo platicar con ustedes». Se ve que el inglés no es lo suyo, curioso para un empleado de hostelería.