Ya de regreso a Mallorca es hora de hacer un balance de lo que ha sido este viaje en el que la ayuda mallorquina a los damnificados por etsunami ha llegado a Banda Aceh, en el norte de Sumatra. Hemos estado cinco días en los que montamos nuestro cuartel general en la Facultad de Medicina, un edificio, al menos en apariencia, muy consistente que ha sobrevivido a la fuerza del maremoto. Aunque, para ser más exactos, quien ha establecido aquí su cuartel general ha sido la Agencia de Cooperación Española Internacional, que es quien nos ha acogido. Durante esos días hemos convivido con médicos, enfermeros y bomberos llegados, en plan solidario, desde diversos puntos de España. Y como que Mallorca «no podía dejar de estar en este lugar en circunstancias como esas», según palabras de Bernardí Coll, presidente del Fons, ahí hemos estado.
En la que fue nuestra casa, más que nada para su buen funcionamiento, regían unas normas que todo el mundo cumplía. Había que entrar a su planta superior -lugar donde se desayunaba, almorzaba, cenaba y dormía- con zapatillas, nunca con el calzado usado para la calle, cosa por otra parte muy normal pues con el barro que había en Banda Aceh, la casa se pondría perdida. Así que antes de subir la escalera nos cambiábamos de calzado.
La casa no tenía cocinero y, por lo tanto, desayunos, almuerzos y cenas se las condimentaba cada uno por su cuenta, o la hacían unos y se la comía el resto sin rechistar. El puchero se abastecía siempre a base de latas de conserva... y había una fabada asturiana que calentada al baño maría estaba riquísima. Para beber sólo agua y leche. Lástima que no estuviera caliente pero bueno, no olvidábamos nunca que estábamos en mitad de una tragedia, y todas esas cosas eran en el fondo anécdotas, que ahora les cuento para que se hagan una idea de cómo vivían los expedicionarios mallorquines.