«¡Qué nochecita la de ayer!». La frase, pronunciada por un guardia civil de la Comandancia de Palma, resume a la perfección el sentimiento de los equipos de emergencia que pasaron cerca de doce horas volcados para que los ciudadanos se tranquilizaran y el caos quedara neutralizado. El miércoles había transcurrido con buen tiempo, el cielo algo nuboso, y tranquilidad total en cuanto a incidentes de consideración. A las 20.44 horas, cuando la mayoría de trabajadores de la isla había regresado ya a sus casas o estaba a punto de hacerlo aquella normalidad se truncó súbitamente en forma de sacudida.
«Estaba en el sofá sentado y vi que la maceta de la terraza se desplazaba de una lado para otro; me quedé tan impresionado que no reaccioné hasta pasados unos segundos», cuenta un vecino de Es Fortí, en Palma, al que la primera réplica le sorprendió en su ático. La ciudad de Argel había sido sacudida terriblemente por un terremoto de 6.7 grados en la escala Ritcher, pero en Mallorca todavía se desconocía el origen de aquellos temblores y la alarma inicial dio paso a un estado de pánico en algunos ciudadanos: «Estamos saturados porque la gente no deja de llamar diciendo que la tierra tiembla», declaró a las 20.55 horas un portavoz de los Bomberos de Mallorca, que con premura añadió: «Tengo que colgar porque los teléfonos no dejan de sonar».
El seísmo no había provocado, todavía, daños materiales ni personales, pero la psicosis fue tal que algunas personas, sobre todo las de edad avanzada, comunicaron con los servicios médicos porque no podían respirar o sentían mareos. La gente quería saber qué estaba pasando y cualquier recurso era bueno, incluso llamar al 061, que sólo atiende emergencias médicas: «Nos piden qué sabemos del terremoto y les explicamos que nosotros no somos la Guardia Civil», relató una operadora del Ib-Salut, desbordada por el aluvión de llamadas y con los nervios a flor de piel. En la centralita telefónica de este periódico las llamadas también se sucedieron y una veintena de vecinos del Passeig Mallorca se personó en el Palau de la Prensa para saber de primera mano el alcance del temblor.