Las instalaciones de Can Caimari, feudo del equipo palmesano del Collerense, fueron desvalijadas por enésima vez en la madrugada del lunes al martes por un grupo de delincuentes que se apoderaron de las llaves de los vestuarios y los recintos anexos al campo y los saqueó. El terreno de juego del Collerense, que milita en Primera Preferente, está ubicado junto a la central eléctrica de San Juan de Dios, cerca de Cala Gamba, y era el antiguo campo de Ca na Paulina. De un tiempo a esta parte, el recinto ha sido 'visitado' en numerosas ocasiones por bandas juveniles, que sobre todo buscaban dinero en efectivo en el bar, donde se encuentra la cabina telefónica, la máquina de tabaco y la caja recaudadora.
En esta última ocasión, sin embargo, los hampones arramblaron con todo lo que encontraron a su paso, de ahí que se sepa que hay implicadas más de una persona. Los asaltantes accedieron al campo a través de las pistas de futbito y luego se dirigieron al bar, donde forzaron la puerta de hierro que precisamente había sido reforzada para aguantar las posibles acometidas. Una vez en el interior se apoderaron de numerosas botellas de alcohol, el cajetín del teléfono, tabaco, un descodificador de Vía Digital que estaba sobre la televisión, golosinas y de las llaves de las instalaciones. El siguiente paso fue abrir los vestuarios y departamentos anexos al campo, de donde sustrajeron 25 chándals, 20 balones y otros artículos deportivos.
«En las instalaciones hubo gente hasta las doce de la noche, por lo que el robo tuvo que cometerse después. A las siete de la mañana vino el personal de limpieza y descubrió lo ocurrido», relató ayer Tomeu Pizà, vocal del Collerense. El responsable deportivo explicó que agentes del Cuerpo Nacional de Policía estuvieron en el recinto ayer por la mañana buscando huellas «pero esto es una vergüenza, porque siempre estamos igual. Entran a robar, lo destrozan todo y luego nadie sabe nada», apuntó indignado. En la denuncia interpuesta ante la Jefatura de Policía se especifica que el valor del género sustraído supera los 2.000 euros (unas 325.000 pesetas), pero la cuantía de los daños son muy elevados. «El Ayuntamiento debería hacer algo por este campo, porque está dejado de la mano de Dios y esta situación no se puede prolongar mucho más», advirtió Pizà.