J.JIMÉNEZ
En el penal de Guayaquil se hacinan 2.700 reclusos en 26
pabellones, existen 47 casos declarados de tuberculosis (pero las
autoridades penitenciarias saben que en realidad son 300), el agua
y los servicios higiénicos son un lujo inalcanzable y los platos
donde se sirve la comida se comparten. Recientemente 21 médicos
norteamericanos inspeccionaron el recinto para confeccionar un
informe y denunciaron que el hedor es insoportable y que el 18% de
los presos presentaba heridas de armas punzantes y traumatismos por
golpes.
La situación en aquella penitenciaría es tan dramática que la Dirección Nacional de Rehabilitación (DNR) ha publicado un estudio en el que se revela que todos los reos padecen algún tipo de enfermedad, la mayoría contagiosa. La tuberculosis, la hipertensión arterial, blenorragia y las enfermedades diarreicas afectan a la mitad de los internos y un 47% sufre algún tipo de alteración mental. Por si todo esto fuera poco, el Observatorio Internacional de Prisiones (OIP) ha denunciado que los presos son torturados sistemáticamente.
Los excesos se refieren a golpes, bofetadas, palizas y hostigamientos sexuales. Este organismo internacional, con sede en Francia, recomendó la aplicación de sanciones contra el personal carcelario, pero la impunidad sigue vigente y ese desolador panorama es el que debe vivir cada día María Antonia Rodríguez. Un infierno que la está destruyendo.