En Son Banya se viven momentos de tensión interna debido a la división que se ha creado entre sus habitantes. Mientras unos quieren irse y acogerse a las cesiones de viviendas, otros quieren quedarse en el poblado debido a los intereses de la venta de drogas. Además del doble crimen, cuyos autores no fueron residentes en el poblado, en los últimos días se han registrado dos agresiones a gentes del poblado que, según dicen algunos de sus moradores, «es ahora, más que nunca, un polvorín a estallar».
La historia del poblado de Son Banya comienza a principios de la década de los sesenta, cuando las autoridades franquista decidieron asentar de forma fija a familias de étnia gitana que estaban dispersadas por zonas de Palma viviendo en pésimas condiciones. Desde entonces el poblado ha tenido sus altibajos hasta convertirse en un foco de venta y distribución de todo tipo de drogas, además de refugio de delincuentes. Entre los años sesenta y setenta la actividad se desarrollaba con cierta normalidad ya que la mayoría de los residentes tenía trabajos esporádicos. La delincuencia era más bien escasa en aquellas fechas, limitándose a pequeños robos y hurtos y alguna que otra sustracción de ganado que era sacrificado en el propio poblado. Después llegó la degradación progresiva con la droga, surgiendo los clanes familiares como los Cortés, Amaya, Fajardo y otros.
El 18 de abril de 1995 fue asesinada Luisa Santiago, de 71 años, a manos de su sobrina Encarnación Cortés, consumidora habitual de heroína. Otro muerte misteriosa fue la acaecida en abril de 1984. La víctima, Ramón Jiménez Amaya, de 33 años, conocido por «El Bebo» y conceptuado como un peligroso delincuente que en más de una ocasión puso en jaque a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Murió envenenado por alguien de su entorno. Sus hazañas delictivas y los quebrantamientos de condena hicieron de él un mito, por lo que también fue conocido como «El Lute mallorquín». Meses antes de su muerte «El Bebo» rompió un cerco policial y resultó herido.