Marlene y Édith

| Palma |

En 1947 una parisina diminuta y de pelo rizado como alambres salió de la Europa en llamas de la postguerra para volar a Estados Unidos. Édith Piaf, la francesa que cantaba con el alma desgarrada, se topó entonces con su alter ego: Marlene Dietrich, la alemana que había huido de los nazis y que se había convertido en la diva de divas.

La femme fatale berlinesa había mantenido una relación secreta con la actriz Greta Garbo y disfrutaba jugando a la ambigüedad, en una época en la que la homosexualidad no se premiaba precisamente. Era un volcán en erupción, pero cuando escuchó cantar a la Piaf cayó perdidamente enamorada a sus pies. Y no solo metafóricamente. En 1952, cuando la francesa se casó con el actor Jacques Pills, la diosa germana se arrodilló ante ella para ajustarle un zapato. La novia, por su parte, llegó al altar con un colgante de esmeraldas que le había regalado Marlene, en un juego que solo ellas sabían interpretar.

Tres años antes, Édith había enviudado de Marcel Cerdan, un boxeador que había sufrido un trágico accidente de aviación. Las depresiones acechaban a la diminuta francesa, pero su amiga alemana siempre estaba allí para levantarla. También cuando el alcohol y las drogas se apoderaron de ella, ya divorciada también de su segundo marido.

Era la época dorada de Hollywood y Marlene y Édith se dejaban fotografiar juntas, entre besos y abrazos. La primera lo tenía muy claro; la segunda, no tanto. Luego, se distanciaron. Pero cuando la francesa murió, en 1963, le guardaba una última sorpresa a su amiga del alma. En el féretro lucía el colgante de Marlene.

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