Francina Armengol explicó en el Senado que se debió de haber reunido con el famoso Víctor de Aldama, pero que no lo recordaba porque por entonces se reunía con muchísima gente. Algunos medios se apresuraron a calificar de «surrealista» su explicación. No obstante, yo le creo. Absolutamente. Cuando uno tiene la responsabilidad que ella tenía, es normal encontrarse con gente y gente, mucha de la cual está delante suyo durante una hora sin abrir la boca. Es imposible que la presidenta de Baleares recuerde a todos los que vio, especialmente cuando venían en un grupo. Menos normal sería que se hubiera olvidado de la persona que ejercía de portavoz del grupo, lo cual no es el caso.
Cuando escuché la explicación de Armengol, francamente, le creí. «No mentí», dijo. Y puede tener razón.
Sin embargo, me suscita dudas que no recordara a Aldama durante su anterior comparecencia en el Senado, cuando ya se hablaba de que Aldama podría haber intermediado en favor de Globalia, para conseguir la ayuda del Estado en la salvación de la aerolínea. Aún así, podría haber ocurrido. Lo normal es que Armengol hubiera sido más cuidadosa con su memoria, porque ya se sospechaba que Aldama estaba vinculado a la compañía. Por ende, ¿venía Javier con alguien más? Se hubiera ahorrado el circo de ayer.
Las cosas entran en el terreno de las coincidencias inverosímiles cuando pensamos que la misma Francina fue la que compró las mascarillas inservibles a la pandilla de la que Aldama formaba parte. Empiezan a ser demasiadas casualidades para que sigamos creyéndole como si nada. Y encima, pretende que también creamos que fue un accidente del destino que no hubiera reclamado a los vendedores tras comprobar que las mascarillas no valían para nada. Y que sólo se acordó del asunto cuando perdió las elecciones. Uy, no suena muy bien.
Si encima comprobamos que ella y no Lambán, por ejemplo, tuvo el premio de la Presidencia del Congreso, en paralelo a lo que ocurrió con el ministro Torres, empezamos a sentirnos más cerca de la certeza que de la duda, a la hora de entender todo lo que ocurrió. Porque, querida presidenta, no nos engañemos, la Presidencia del Congreso de los Diputados es un premio que se ha ganado con alguna actuación particular, no un cargo para el que usted sea la única competente, o ni siquiera la más idónea.
No es menos importante comprobar cómo hasta un minuto antes de que la evidencia es incontestable, tanto Ábalos como Cerdán no sólo eran los mejores sino que dudar de ello era propio de militantes de la derecha. Los humanos aprendemos de la experiencia y hoy ya no es tan fácil que aceptemos su versión como si fuera un alma cándida.
Una cadena tal de coincidencias pone a la audiencia a la defensiva. Podría ser que en todos los casos usted hubiera tenido la mala suerte de tener la pistola humeante, pero francamente, viendo la pandilla de gente con la que se ha relacionado en Madrid, viendo que ha contratado con empresas vinculadas a esta tropa, las cosas empiezan a tener una pinta sospechosa.