No voy a disertar sobre el amor. El océano de referencias sobre él, en el arte en general, pero especialmente en la literatura y filosofía, es inabarcable. Encontramos desde frases cursis a ensayos de magna profundidad. Me interesa su capacidad de conseguir auténticos milagros. Todos hemos experimentado y contemplado en otros el poder que ejerce sobre las personas. Extrae del que lo vive lo mejor de sí mismo. Sólo los psicópatas con su anestesia afectiva y los narcisos que solo pueden amarse a sí mismos están privados del fascinante poder que emana de su creación. A mi edad, cuando ya creía mi puerta de vocaciones a la amistad más entre cerrada que abierta, conocí a una persona dotada de una inteligencia brillante. Era un empresario de los denominados de éxito. De personalidad enmarcada en lo intuitivo, deductivo y pragmático.
En lo emocional, la cosa se limitaba de forma abrupta. Se mueve mal en lo abstracto. No había desarrollado el refinamiento ni sensibilidad para el arte. Había curtido desde su timidez un escudo que lo hacía casi impenetrable. Sin embargo, intuí que detrás de aquel comportamiento se escondía un gran ser humano. Un día recibí una llamada suya. Solicitaba verme. En nuestro encuentro me relataba con un lenguaje y expresión de ternura que no solía utilizar que había conocido a una dama. Que estaba descubriendo con y a través de ella un mundo por el que sentía fascinado pero que desconocía y en el que se sentía entre perdido y confuso. No había textura de una relación puramente carnal. La forma era ajena a lo primitivo; una comunicación en la que el alma había llenado el espacio vital y donde lo espiritual y la liturgia de lo trascendente conducían inexorablemente a un mundo por el que vale la pena haber nacido. Me preguntó qué opinaba ya que él no era capaz de descifrar todo aquel tsunami emocional. Deslicé una sonrisa después de mi silencio. Le contesté que simplemente había descubierto el auténtico amor. Le advertí que aquella cascada sanadora exigiría un sobreesfuerzo en un hombre que desconocía el alma. Desde entonces nos vemos con frecuencia. Me agradece la ayuda. Le contesto siempre que el agradecido soy yo. Me constata la certeza de que el amor obra auténticos milagros. Voy a utilizar un símil que sólo se corresponde en parte con lo que ha ocurrido. En la naturaleza vemos como un gusano se convierte en una mariposa. Él nunca se ha asemejado ni en comportamiento ni en trato a un gusano. Era un ser de textura emocional gris, carente de brillo sentimental. Ahora irradia luz. Mirada de ternura. Apasionado con el descubrimiento de la música selecta. Preocupado por cuestiones de matiz humano. Es una mariposa de colores vivos, mirada penetrante. No conozco a la dama, pero le agradezco su milagro.