Los hay de todo tipo. No solo de ovnis, fantasmas, crímenes y psicofonías, como algunos piensan. Yo me dormía cada noche escuchando los programas deportivos de la radio hasta que descubrí los podcast. Ahora me entretengo más, me enfado menos, aprendo algo nuevo cada día, no me veo obligado a tragarme infantiles entrevistas a futbolistas de Primera y a deportistas de segunda, y, sobre todo, me duermo mucho antes. Rara es la noche en que transcurridos los primeros diez minutos desde que le doy al play todavía sigo despierto. Así tampoco es de extrañar que lleve más de un mes y medio escuchando el mismo podcast de seis horas sobre la II Guerra Mundial y todavía no hayamos llegado a la batalla de Inglaterra. A Dunkerque mismo, sin ir más lejos, me costó dos semanas llegar y eso gracias a que antes de eso en aquellos primeros meses de guerra apenas pasó nada.
Lo malo de los podcast, eso hay que tenerlo en cuenta, es que, como no estés atento a lo que te van contando, pierdes enseguida el hilo. La otra noche, mientras estaba sumido en aquel murmullo monocorde que me empujaba al sueño, se me ocurrió un tema para una columna del periódico y pronto me encontré con lo de Petain y el Armisticio sin que recordara haber escuchado nada de la Blitzkrieg y la invasión de Francia. No me había pasado desde la última vez que en ‘El Larguero’ entrevistaron a Sergio Ramos.