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Petróleo sangriento

| Palma |

Este filme (Paul Thomas Anderson, 2007) narra la obsesión por hacerse rico con la explotación de petróleo, negocio que, tras un decepcionante COP29, se dispara en busca de fuentes no convencionales, como el petróleo de esquisto y de arenas bituminosas. Se habla de gases de efecto invernadero (más de 40 gigatoneladas en 2023) según el 73º Statistical Review of World Energy, y su efecto de calentamiento, incremento de temperaturas e incendios. La NASA estima que los océanos han absorbido del 20 al 30 % de las emisiones antropogénicas de CO2. Pero, ¿y las consecuencias del decremento de la masa terrestre? Ésta es de 5975 trillones de toneladas, pero el consumo mundial de petróleo superó en 2023 los 100 millones de barriles/día, es decir 4,9 gigatoneladas/año. La redistribución de masas podría causar cambios en el manto y en el núcleo, terremotos y actividad volcánica (siete en un año, en Islandia). En océanos, ríos y lagos impacta en arrecifes (graves daños en la Gran Barrera) y otros ecosistemas acuáticos, y en la disponibilidad de agua dulce para consumo y agricultura. La costa se erosiona, se producen inundaciones y pérdida de hábitats naturales. Filipinas ha sufrido seis tifones en un mes, algo nunca visto desde que existen registros. El supertifón Pepito, con vientos de hasta 230 Km/h requirió la evacuación de 650.000 personas. De la masa de la Tierra depende su gravedad, que condiciona los movimientos del planeta, es decir estaciones, años, días y noches. Muchos de los cambios climáticos, incluyendo la última glaciación, se atribuyen a pequeñas variaciones de la órbita de la tierra, que cambian la energía que recibe nuestro planeta. Existe un desarrollo tecnológico denominado gemelos digitales de la tierra que, con la ayuda de supercomputadoras e inteligencia artificial, puede hacer previsiones futuras del planeta incluso en décadas. Sería interesante modelizar las consecuencias de la pérdida constante de masa de la Tierra.

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