Lo llaman gobierno, pero es una organización al servicio de una sola persona, ni siquiera de unas ideas, por encima y al margen de lo que en política se ha venido entendiendo como interés público o interés general. El grupo de ministros dependientes de Pedro Sánchez y el mismo presidente son meros ejecutores de las decisiones que adoptan en beneficio exclusivamente propio y de los grupos parlamentarios minoritarios que, desde el extremismo de izquierdas y el nacionalismo radical, conforman el «somos más», la frase tras la que Sánchez ocultó su derrota electoral el 23 de julio del año pasado. Esa noche se malogró la concepción de la democracia como el sistema por el que todos los actores aceptan que sus oponentes tienen derecho a gobernar, según definición de la historiadora norteamericana Anne Appelbaum. En nuestro caso, la «coalición de progreso» se sostiene sobre todo lo opuesto, impedir la alternancia en el poder. Por muchas sacudidas que pueda haber, la fórmula se mantendrá mientras la amalgama de partidos que toleran a Sánchez obtengan todo cuanto se plantean, como ha quedado de manifiesto una vez más con los vaivenes de la mercadeada reforma fiscal sanchista.
Lo llaman gobierno, pero cuando vienen mal dadas la consigna es eludir las propias obligaciones y cargar las responsabilidades sobre los oponentes políticos. En Valencia, Mazón, que ya debería haber salido de la escena política. Pero Sánchez no está libre de culpa. La ley de Seguridad Nacional establece con nitidez la capacidad y la obligación del presidente de declarar la «situación de interés nacional» ante catástrofes como la de Valencia, con el fin de actuar con urgencia y con los recursos necesarios. La estrategia de Seguridad Nacional obliga al Gobierno a «ofrecer una respuesta desde una estructura de mando y control nacional». Así lo hizo Felipe González en 1983, a raíz de las terribles inundaciones de Bilbao, sin esperar ni al lendakari vasco. Sánchez ha querido restringir la tragedia a un problema autonómico. La pregunta casi un mes después de la gran destrucción sigue sin respuesta: por qué se actuó tan tarde y no se declaró de inmediato la emergencia nacional. Si tuviera conciencia, que no parece el caso, debería sentir el peso de la inacción. Pero ocurre lo contrario. A medida que pasan los días, Sánchez, con el cinismo marca de la casa, consigue ir diluyendo su responsabilidad y el foco queda únicamente sobre el presidente valenciano, y por extensión sobre el PP. Mazón ha sido y es el origen de aprietos para su partido. Lo fue con su precipitado pacto con Vox después de las elecciones autonómicas, que afectó decisivamente a las expectativas de Feijóo de alcanzar la presidencia del gobierno. Y Feijóo se dejó. La ineptitud demostrada por Mazón frente al desastre de su comunidad pone de nuevo en un brete a la entera organización del PP. Y Feijóo se deja. Puede llegar a lamentarlo.
En su operación de escapismo, Sánchez cuenta con el aporte habitual de Tezanos a través del CIS, con una de sus piruetas sociológicas, mediante la que Sánchez amplia ventaja electoral sobre el PP. Ni la pérdida de vidas humanas, ni Begoña Gómez, ni Ábalos, ni enjuagues aéreos, ni tampoco el hermano del presidente, hacen mella en las encuestas de Tezanos.