Ah, qué tiempos, cuando el problema social más importante era que la gente no leía, y si leía algo no lo entendía, convirtiéndose así en personas que han leído un libro, muchísimo más peligrosas que las que jamás leyeron ninguno. Y no digamos si el que leyeron fue, por ejemplo, La Biblia. Menuda tabarra nos daban, los pedagogos, los novelistas y los gestores culturales, con eso de que la gente no lee, o no lo suficiente. Y claro, así se explicaba todo. La mala educación, la delincuencia juvenil, la ignorancia, la pobreza, la falta de modernidad, los conflictos… Todo por no haber leído la Ilíada, o Crimen y castigo, o Macbeth, o La divina comedia, o el propio Quijote. Si los jóvenes ni siquiera habían leído las aventuras fantásticas de Julio Verne, ni ningún tipo de ficción, menos aún leerían la prensa, ni estarían informados de las fantasiosas ficciones cotidianas, muy futuristas, que explican la realidad. Con grave deterioro de su capacidad cognitiva y nivel cultural. Todavía recuerdo cuando el remedio de todos los males era leer más. Hasta que llegaron los teléfonos móviles y de pronto, zas, todos los males del presente, incluida la famosa posverdad, se derivan de que la gente lee demasiado (¡y escribe!), horas y horas pegados a sus pantallas. Con las que también duermen, como cuando los jovencitos de mi época nos íbamos a la cama con La lozana andaluza, o incluso con Moll Flanders de DeFoe. Resulta que ahora el problema social, de tremendos efectos políticos, es que los no leían nada (o habían leído un único libro con nefastas consecuencias), leen muchísimo, demasiado, y con singular aprovechamiento. Y parece que es peor, o de mucho más difícil solución, porque lo suyo, evidentemente, no se arregla leyendo. Jamás habíamos tenido una especie humana tan lectora. Hasta los analfabetos leen con fruición. Hasta los niños pequeños leen en sus móviles, igual que eruditos medievales a la luz del candil. Qué leen es otra cuestión, que no me compete comentar. Bueno, al menos los entendidos han dejado de darnos la lata con la monserga de que leer lo arregla todo. Que cura más que un antibiótico. Y en efecto, todo era más sencillo cuando la gente no leía tanto.
Cuando el problema era que la gente no leía
Enrique Lázaro | Palma |