Desde el primer instante del diluvio universal que arrasó Valencia, políticos, informadores y toda clase comentaristas nos advirtieron que no era momento de polemizar y buscar culpables del horror caído del cielo; que ya habrá tiempo para eso. Así que yo me callé y permanecí mudo por más que muchos, empezando por el señor Feijóo, líder del Partido Popular, tras formular esa rutinaria advertencia, se presentó exultante en Valencia y sobre esas imágenes dantescas de tragedia procedió a cargar contra el Gobierno y contra el presidente Sánchez culpable de todo. Más que un acto de oposición brutal, o del dicho popular de que de las catástrofes todo se aprovecha, fue una manifestación muy lograda del arte de azuzar (incitar, hostigar, jalear), un verbo fundamental en política del que se habla poco. Normalmente los que azuzan son los medios, sobre todo digitales, o el señor Tellado, que aún no ha tenido tiempo de exhibir en el Congreso, con una enorme sonrisa, fotografías de la hecatombe valenciana, con montañas de coches, como hizo no hace mucho con las imágenes de varios asesinados por ETA. Así se azuza, sí señor. No hubo tiempo, pero Feijóo hizo lo que pudo ante la urgencia del momento, derrochando protagonismo. Todo se andará porque como ahora ya es después del diluvio universal, hay que entender que las llamadas a la colaboración y la ayuda a los damnificados ya no exigen una tregua en las hostilidades. Al menos así lo entendieron en Paiporta, un antiguo lugar idílico de la huerta que frecuenté en mi juventud, y cuyos vecinos muy azuzados (o los recién llegados, es igual), apedrearon el domingo a los Reyes, a Sánchez y a las autoridades al grito de asesinos. Porque se sentían muy solos y abandonados, según las locutoras del telediario. Lo que pasa cuando se azuza, que nunca se sabe a quién azuzarás, y qué harán los así incitados y espoleados. Las calamidades enseñan que siempre se puede caer más bajo y no pensaba decir nada de este diluvio (ya estuve chapoteando en el barro con 7 años, en la gran riada del año 57) si la oposición política y mediática se hubiese contenido unos días. No pudo ser. Y ahora ya es después.
Después del diluvio universal
Enrique Lázaro | Palma |