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Grandes inventos. Las patrañas

| Palma |

Puesto que el diccionario de la RAE define patraña como «una invención urdida con el propósito de engañar», hablar del invento de las patrañas puede sonar tautológico y redundante. Como decir el gran invento de inventar. Redundante, sí, pero todos somos criaturas redundantes, y lo que importa aquí son las patrañas y su colosal influencia en el devenir de la humanidad. Porque nos encantan las patrañas, son el rasgo más característico de nuestra especie, estamos enamorados de ellas desde el neolítico, y muchos pensadores dudan que fuésemos capaces de vivir sin patrañas. Se objetará que las patrañas no las inventó nadie sino todos, son algo tan espontáneo como respirar, y antes del descubrimiento del fuego, ya se contaban patrañas para dotar de interés la existencia. Lo cual es cierto, pero inexacto, porque como en cualquier otra actividad, en el viejo arte de la patraña hay aficionados, que somos todos (adoramos las patrañas), y profesionales. Y entre estos últimos, grandes figuras históricas que si no inventaron las patrañas, sí impusieron sus reglas básicas. Como Homero, por ejemplo, legendario poeta épico, y ciego, del siglo VIII o IX antes de Cristo, que no sólo inventó la patraña de la cultura occidental, sino que él mismo era una patraña. O Heródoto, un devoto de las patrañas considerado el padre de la historia, que cuatrocientos años después inventó esa historia del mundo occidental. O Platón, naturalmente.

Patrañas, cuyo invento puede fecharse y atribuirse con bastante precisión, y que luego desarrollaron y ampliaron numerosos historiadores, poetas, teólogos, cuentistas y, sobre todo, reyes. El poder que hoy ostentan grandes empresas tecnológicas, economistas y técnicos publicitarios. Los reyes del mambo, maestros de la patraña. De vez en cuando se alzan voces ruidosas exigiendo acabar de una vez con todas las patrañas. ¡Acabar con las patrañas! Con lo mucho que nos gustan, por favor. Son paliativas, no podríamos vivir sin patrañas, nos volveríamos más locos todavía. Y qué desorden social. Por fortuna no hay peligro de que tal cosa suceda. El gran invento. Y además de los aficionados, abundan los profesionales muy cualificados.

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