Cuando el árbitro se equivoca en contra del equipo local, la respuesta del público asistente a los partidos de fútbol es instantánea: vociferan, le insultan… Si las equivocaciones se repiten en el mismo sentido, interpretan que el árbitro está defendiendo intereses espurios y pasan a mayores: lanzan objetos al campo, lo invaden parcialmente… En algún caso se ha llegado a suspender el partido.
Pues bien, los fiscales, que son los encargados de hacer valer la ley ante los jueces bajo las órdenes del fiscal general, vienen mostrándose desde el día siguiente a la toma de posesión de éste como lacayos de Pedro Sánchez, sometiéndose a los intereses de su señor, ‘puto amo’ o nº 1. Y digo el día siguiente porque al tomar García Ortiz posesión dejó dicho: «Quiero reivindicar hoy la neutralidad y objetividad de la figura del fiscal general del Estado» y se presentó como «velador y valedor de quienes ejercen y han ejercido su función como custodios de nuestro ordenamiento jurídico desde una posición de absoluta imparcialidad».
La realidad es que se ha convertido en un palafrenero de su jefe. Ninguno hasta ahora se había entregado con tanta fruición a velar por sus intereses. Sánchez ha logrado someter a su vasallaje a órganos claves de la Justicia y no concibe la intromisión de ésta en la voluntad soberana del poder ejecutivo. Si lograra hacerse también con el control del TS, último dique que nos protege de sus abusos y arbitrariedades, nuestra democracia quedaría a la altura del bolivarianismo.
Con otros modales, pero con igual intención propia del pozo séptico del mismo Maduro, García Ortiz dijo: «Si quisiera hacer daño a un determinado espectro político cuento con información de sobra, que, por supuesto, no voy a usar jamás». ¿Jamás? Si has ordenado filtrar secretos para perjudicar a la oposición ¿qué te va a impedir volver hacer lo mismo?
El gol en fuera de juego que intentó colar a Ayuso, la enemiga íntima del nº 1, lo anuló el TS, el árbitro que, como bien dijo Ortiz, actuó con neutralidad y objetividad. La diferencia con el público futbolero es que las multitudes, dopadas por la agitación y la propaganda, no invaden la calle en justa protesta. Y mucho menos se suspende el partido.