El 20 de julio de 1969, 21 de julio en España por el cambio horario, Neil Armstrong pisó la luna y formuló la frase que ya nos sabemos todos. Lo que la mayoría ignora es que, antes de bajar y poder sentir el regolito bajo sus pies, él mismo lanzó una bolsa de basura, jettison bag en el argot de la NASA, a la superficie lunar, objeto que fue el motivo de la primera fotografía de Armstrong en el satélite. Una imagen que simboliza lo guarros que somos los humanos, aunque para certificar este aspecto no hay que ir tan lejos.
Allí donde se encuentra el ser humano, independientemente de nacionalidades o de zonas geográficas, se producen desechos. La inmensa masa de plástico en el Pacífico Norte, cuya extensión es tres veces la superficie de Francia, es un ejemplo clásico. No hay lugar en este planeta, ni el Himalaya por lo visto, que no esté hasta los topes de basura. Por tanto, y como se suele recomendar cuando tenemos un problema, aceptémoslo. De hecho, creo que como sociedad ya lo hemos conseguido desde hace décadas. Prueba de ello son los múltiples sistemas que hemos inventado para deshacernos de los residuos: vertederos legales e ilegales, la incineración y el reciclaje que aún nos sigue ocupando y preocupando.
Pero, hagamos lo que hagamos, la basura nos acompaña como una sombra de la que no nos podemos librar y que preferimos ignorar a pesar de su eterna presencia. Si reducimos las miras a Mallorca, basta con observar los arcenes y las cunetas de las carreteras de la isla. ¿Qué ven? Un océano, este metafórico, de latas, botellas, envases y otros objetos inclasificables que adornan el paisaje. Hasta el fondo del mar da grima. Como informaba este diario en agosto un grupo de buceadores alemanes extrajo botellas y botellas de espumoso del fondo del mar en Portals Vells. No hace falta ser el primero de la clase para saber cómo han ido a parar al lecho marino.
¿Debemos resignarnos? Tal vez no. Una posible solución sería recuperar el modelo del casco y pagar un suplemento al comprar envases en el supermercado para poderlo devolver una vez vacío y recuperar así el dinero, un sistema que se usa en Alemania desde hace décadas. No es la solución ideal, pero evitaría que se arrojaran latas y botellas en cualquier lugar porque con el dinero propio no se juega. Incluso si el comprador renunciara a recuperar la cantidad abonada, en Alemania unos 25 céntimos por botella como máximo, ya habría quien se encargaría de recogerlas para recuperar la cantidad. Y, ya que mencionamos el dinero, se debería sancionar a todo aquel que tire basura donde no toca. Hay quien no entiende de civismo y solo acata las medidas coercitivas, motivo por el cual se debería multar a los infractores con mucha más frecuencia.
Aunque, bien pensado, no hay solución alguna. Aquí seguimos acumulando mierda sin control. En la órbita baja espacial se acumula basura que, como explica el síndrome de Kessler, solo puede aumentar debido a que los objetos pueden chocar entre ellos aumentando así la cantidad de desechos espaciales. Se calcula que en nuestro satélite se encuentran unas 18 toneladas de residuos, incluidas dos bolas de golf del Apolo 14. En Marte, aun por descubrir, se estima que hemos dejado ya unas siete toneladas. Resulta evidente que planeta que tocamos, planeta que contaminamos. Pero yo soy optimista. Hasta llegar a Neptuno aún nos quedan algunos.