Quienes conocemos desde hace años al alcalde de Santa Margalida, Joan Monjo, sabíamos que el indecente acoso orquestado contra él por la izquierda y su diario de cabecera iba a recibir, en su momento, la debida respuesta.
Lo que sucede es que, al contrario de lo que ocurre con algunos políticos mediocres de nuestra comunidad -con la mecha corta y la lengua larga-, un avezado jugador de truc como Monjo ha esperado al momento oportuno para comenzar a enseñar sus cartas. Y ya les advierto que el vilero tiene en su mano l’amo y sa madona y tarde o temprano las jugará.
Es muy preocupante el nivel de matonismo de que hace gala esta oposición supuestamente progre. Los mismos que no son capaces de soportar la más mínima crítica cuando se les contrastan sus virtudes públicas y sus vicios privados y que pierden los papeles ante los medios que les piden explicaciones, se esfuerzan por intentar hacer todo el daño personal que puedan a los adversarios y sus familias, intoxicando sin mesura con tal de erosionar a su víctima ante el electorado. Pero, en este caso, a Més per Mallorca y al PSIB les está saliendo el tiro por la culata porque, a diferencia de lo que sucede con sus líderes, cada vez más débiles y cuestionados por el ciudadano medio, Joan Monjo goza de un elevado respaldo popular entre sus votantes y el respeto de la inmensa mayoría de vileros y picaforters. Obviamente, quien concita tantas adhesiones también genera envidias y enemistades, algunas furibundas.
Monjo es un político singular, no hay duda de ello. No tiene las dotes oratorias de Alberto Núñez Feijóo ni la belleza apolínea de Pedro Sánchez, pero probablemente sea uno de los más astutos que ha dado nuestra tierra desde la Transición, cuando era una joven promesa que los populares dejaron escapar. Y, pese a los denodados intentos de la izquierda, jamás se ha visto involucrado en ningún asunto turbio, y eso que ostentó la presidencia interina y la secretaría general de UM. No hay mejor ‘prueba del algodón’.
Aunque, el vilero presenta también un gran hándicap para encajar en la política actual, que le ha limitado la posibilidad de dar el salto a mayores responsabilidades: tiene alergia a los tontos, o purs, como él acostumbra a decir. Es sabido que la cosa pública exige tener que lidiar con centenares de ellos. Y los peores son aquellos que se creen muy listos y en realidad son solo mezquinos.
Probablemente, Catalina Cladera, a quien nadie dio vela en este entierro, se esté arrepintiendo de haberse inmiscuido en un asunto que nada tenía que ver con su partido y que deriva de la caótica gestión administrativa que los capitostes de Més armaron en la legislatura 2015-2019 en las consellerías de Turisme y Agricultura.
Parece llegada la hora en la que el Partido Popular -que recibe injustos dardos por esta historia- se libere de complejos y tome cartas en el asunto. El Govern y el Consell han de escudriñar la gestión de los soberanistas en esas áreas, plagadas de ‘errores’ y decisiones extrañas que, a simple vista, apestan a parcialidad.
Monjo lo tiene muy claro y está reuniendo evidencias de todo ello por si en este caso hubiera algo más que la simple ineptitud propia de estos progres de pa amb fonteta.
Y, si es así, no lo duden, ganará la partida.