El hecho de que todos dispongamos por ley de cierta libertad de expresión, siendo algo muy útil y agradable, y una verdadera suerte desde el punto de vista histórico (un punto de vista desolador), no implica que necesariamente tengamos que estar todo el día expresándonos libremente. De hecho, no es obligatorio hacerlo, y por encima del derecho a la libre expresión, también existe el derecho humano, con frecuencia olvidado, de no expresar nada en absoluto si no te da la gana. Porque no, porque ahora no me apetece expresarme. Ni siquiera hace falta decir «Exprésate tú y a mí déjame en paz», ya que eso sería expresarse, y si no tienes ganas, pues no tienes ganas. Y nada de tonterías como que la inexpresividad ya expresa algo, ni caso a este tipo de chorradas. Yo cuando no quiero expresarme no me expreso, y ya está. No pasa nada. Bueno, sí, que te quedas muy descansado y relajado, porque aunque también todo el mundo está en su derecho de tener opiniones, no hace ninguna falta ir voceándolas por doquier. Las opiniones propias, y aun las convicciones, se pueden aguantar siempre que no te las tomes muy en serio, y sobre todo, si no las confundes con tu alma. No es para tanto, no hace falta. Durante casi toda la historia, los males de la gente procedían de las muchas cosas que les faltaban para vivir con decoro (comida, cobijo, entretenimientos, afectos, dinero), pero por lo que leo en los medios informativos, sobre todo digitales, ahora proceden de lo que les sobra. En serio, no hace falta tener cien mil seguidores, ni ejercer gran influencia pública, ni triunfar en lo tuyo, ni ser admirado por desconocidos, ni poseer el último modelo de lo que sea. Y por supuesto, no hace falta expresar libremente todo eso. Menos todavía si se trata de sentimientos, ya que si en las opiniones hay a veces cierta variación, en los sentimientos no suele haber ninguna, y millones de personas sintiendo lo mismo y expresándolo, lo dejan todo perdido de lágrimas y exabruptos. Niñerías, en fin, que son la clave del capitalismo avanzado. Lejos de mí decirle a nadie lo que tiene que expresar, pero recuerden que pueden no hacerlo. ¡No hacerlo! ¡Libremente! Ni se figuran el gusto que da.
Cosas que no hacen falta
Enrique Lázaro | Palma |