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Un país alienado

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Cada día se adensan más algunos comentarios sobre la gobernación de Sánchez, que este mes de septiembre ha enfilado hacia nuevos rumbos: no otra cosa es minimizar el papel del Parlamento a la hora de que un Ejecutivo ejerza el poder en un país, España en concreto. Leo a periodistas respetados, como José Antonio Zarzalejos, denunciar una deriva autocrática que yo aún no me atrevo a llamar tal. Incluso creo que Sánchez, que cae en todo lo que Zarzalejos denuncia, ha hecho de la imprudencia gobernando (nos) una virtud: y así, ha desmantelado, pura y simplemente, en una pirueta loca y peligrosísima desde el punto de vista de la salud del Estado, el independentismo catalán. Y, en otro orden de cosas, nos ha colocado en unas cotas macroeconómicas bastante estimables. También nos ha situado en puestos relevantes en la marcha europea o al menos eso es lo que podemos percibir en medio de la maraña que supone el actual reparto de poder que se lleva a cabo en la Comisión Europea por parte de la señora Van der Leyen. Y sí, ya sé que todo esto es coyuntural, he respondido a Zarzalejos; que la economía es un estado de espíritu, que el problema catalán, como decía Ortega, subsiste, y que Europa es tan cambiante como los gobiernos de algunos en el club de la UE. Pero eso no quita los puntos positivos del aquí y ahora. ¿Compensa todo esto que apunto al desprecio por las leyes, por las costumbres, por las formas democráticas? ¿El no contar para nada con la mitad del país que ‘no le pertenece’? No, claro que no. Pero hay un factor que duele hasta señalar, pero que está ahí: la indiferencia de los españoles ante la marcha de ‘su’ democracia, ese pasotismo de las dos Españas resumidas en ‘Broncano versus Motos’. España es un país alienado, lo digo con dolor, y solamente en un país tal podría seguir gobernando alguien como Sánchez mientras asegura que, diga lo que diga el Parlamento, él va a continuar como si tal cosa... hasta 2027. Por lo menos.

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