Creo que todo el mundo sabe que no estoy en contra de la emigración cuando esta es legal y controlada. Me aterra el discurso de Vox demonizando a los inmigrantes, falseando estadísticas sobre su incidencia en la seguridad ciudadana. Y me repugnan los creadores de tantos miles y miles de bulos como circulan por las redes, dirigidos a los ciudadanos cabreados contra el gobierno social-comunista de Madrid –hay muchos y yo soy uno de ellos–, pensados para mentes primarias, desinformadas, que necesitan desesperadamente un chivo expiatorio sobre el que canalizar su justa ira.
Tampoco negaré –amparándome en el conocido aserto mallorquín de que totes ses masses fan mal– que he sufrido viendo la transformación de mi pueblo a lo largo de los últimos veinte años. Sentarme a la puerta de la joyería que fue de mi padre y ahora es de mi hija a contemplar el paisanaje es algo que me encoge el corazón, no puedo evitarlo. Nadie nos avisó ni nos consultó acerca de la drástica mutación que sufriría una población de una decena de miles de habitantes, en la que todo estaba en su lugar, perfectamente compartimentado y aceptado por la mayoría ciudadana. Ya no me acostumbraré a este cambio y les ruego que me disculpen.
Frente al mismo, hay casos ejemplares que asombran y emocionan. Por ejemplo el de Ahlmlam, la joven marroquí que llegó con doce años a sa Pobla y que con el paso del tiempo y mucho esfuerzo se ha convertido en una renombrada chef. Su restaurante se llama Younée y este verano ha sido el gran atractivo de la playa de Alcúdia. La oferta de una fusión de cocina marroquí-japonesa ha asombrado a muchos que acuden a probar las delicias que elabora esta chica. Ahlmlam habla correctamente catalán y castellano y se dirige a sus clientes en ambas lenguas. «Soy poblera», me dijo, prodigando su deliciosa sonrisa; se le notaba el orgullo de sus raíces diversas. Ha tenido que luchar para llegar adónde está ahora y es muy consciente del largo camino que le queda por recorrer. Nadie le ha regalado nada pero ella nunca se conformó con el destino que le reservaban la tradición y las costumbres importadas. Quizá el pálpito de ‘mujer fuerte’, tan propio de las hijas de mi pueblo, se le pegó, directo a su ambición e inteligencia. «No estoy aquí para medrar a costa de otros sino para trabajar y hacerme un nombre en el mundo de la gastronomía». Conocer a personas como Ahlmlam es el mejor antídoto contra la intolerancia.