Acabo de regresar de Perpinyà, donde he asistido al hermanamiento de esta ciudad con Palma, y me encuentro con las críticas de los partidos de izquierda. Es verdad que la unión de estas dos capitales del antiguo Regne de Mallorca fue una propuesta de Gari Duran, concejala de Vox, y que el alcalde rosellonés es Louis Aliot, del partido Agrupación Nacional, de extrema derecha.
También es cierto que los discursos fueron en francés y español, las mismas lenguas que se utilizaron para firmar los documentos, y que no se habló en catalán, una lengua que nos une. Más aún, el alcalde Aliot hizo un discurso poco municipalista, más en clave estatal, mientras que en la fachada del Ayuntamiento ondeaban hasta doce banderas tricolores.
No hay duda de que aquellos antiguos territorios nuestros son ahora Francia, por muchos apellidos Mayol, Arbona, Puig o Serra que nos encontremos en las placas de las casas. Las críticas políticas a estos actos podrían ser muchas, sin duda, pero había que estar ahí para formularlas en su dimensión correcta. Por eso, me extrañó no ver a ningún político de izquierdas en el hermanamiento de dos ciudades que durante siglos compartieron historia, lengua y cultura. Y es que la delegación que viajó a Perpinyà era mayoritariamente de la Academia d’Estudis Històrics que preside Roman Piña, socios del Círculo Mallorquín y miembros de la nobleza mallorquina.
Todo, en su conjunto, da a entender que el acto del miércoles llega muy tarde, que debió celebrarse hace mucho y al margen de raras suposiciones e ideologías. Pero las cosas son así, no le demos más vueltas.