Aquí, en Mallorca, la pesca de los calamars de potera tiene algo de misticismo. Los aficionados salen a faenar en botes de prima o d’alba, cuando la luz solar es tenue. También los capturan de noche, especialmente con luna llena. No se sabe a ciencia cierta por qué los calamares se enganchan al señuelo, que es blanco y está rodeado por una corona de púas vueltas hacia arriba. Tal vez lo confunden con un pez, al que van a devorar, o con un semejante, con el que pretenden aparearse. Lo cierto es que el pescador debe mover suavemente el cebo de arriba a abajo a apenas unos palmos del fondo. Jamás experimentará una picada, solo que la potera es más pesada. Entonces recogerá el hilo con constante delicadeza y le dará un arreón hacia el interior de la barca cuando la captura esté al borde de la superficie.
Resulta misterioso que un pescador saque calamares sin parar mientras que otro, a su lado, apenas enganche uno. A bordo se registran silencios y conversaciones templadas para no perder la concentración. No hay nada parecido en el mar. La pesca amb volentí o al curricán puede convertirse en una fiesta, la de los calamars de potera, no. Cientos de aficionados salen con sus barcas por toda la Isla cuando las condiciones son favorables, mientras que en la costa observan cómo sus lucecitas pueblan el mar. Parece mentira que en esa paz vaya a surgir una Riva enorme, oscura y afilada, y se lleve por delante un bote y la vida de un joven pescador de calamars de potera. Es la colisión trágica de dos mundos, uno que viene a toda máquina y otro que quiere quedarse en calma, tal como está.