Hay pequeños detalles que reflejan el estado de nuestra sociedad. Aquello de las dos Españas sigue tan vigente como hace cien años. Lástima que los gabachos no ganaran en su momento para haber cambiado un poco las cosas en este país que piensa con el hígado y actúa con las gónadas. Hace unos días tuvo lugar un terrible accidente laboral en el que perdió la vida un operario que participaba en la construcción de un mirador en una montaña del valle de Boí, en Lleida. La noticia publicada en un diario de tirada nacional en su edición digital contaba con una cuarentena de comentarios. Al abrirlos uno espera leer mensajes de condolencia o sobre el lugar donde ha ocurrido la desgracia, incluso sobre la conveniencia o no de edificar este tipo de instalaciones en zonas de alto interés paisajístico. Pues no. Exceptuando uno, el resto debatían con las venas inflamadas sobre lo patético de escribir Lleida en lugar de Lérida. Decenas de ciudadanos, lectores de prensa, enzarzados en la eterna discusión sobre la normalización lingüística de los topónimos en zonas donde existe lengua propia. Qué cansinos, de verdad. Qué falta de flexibilidad, de capacidad de adaptación, de generosidad, de modernidad. Qué rancios. Qué asco. Estos son los que se cabrean cuando viajan a Camboya y se enfadan porque allí nadie es capaz de atenderles en español. La catetada más obtusa de toda la vida. No entiendo para qué leen periódicos, si ya tienen la opinión formada sobre absolutamente todas las cuestiones del universo desde que nacieron. Lo terrorífico de esto, que no tiene mayor importancia, más allá del hartazgo por la falta de convivencia entre vecinos, es que en casos extremos estas actitudes nos han llevado a una guerra.
Qué asco
Amaya Michelena | Palma |