Nos hemos vuelto tan audiovisuales que todo hay que ponerlo en escena, labor de la que se ocupan los escenógrafos, esos profesionales de las artes escénicas encargados de diseñar entornos físicos, es decir, escenarios. También en política, naturalmente, pues si todo hay que ponerlo en escena, dónde vas a poner la política. Eso requiere una colaboración entre los mencionados escenógrafos y los líderes políticos, a su vez asesorados por sus asesores de imagen, y apoyados por sus portavoces, y ahí es donde empieza a complicarse la cosa, y a resentirse la puesta en escena. La intervención de analistas y comentaristas no ayuda a unificar criterios, lo que multiplica los posibles escenarios, a los que hay que añadir escenarios digitales, bastante incontrolables. Vean la cantidad de problemas escénicos que tiene el aún presidente Biden, a quien no hay forma de poner en escena con provecho. Por otra parte, si en política el escenario clásico son los Parlamentos, nacionales o autonómicos, y no las ruedas de prensa ni los mítines, y la gente no puede soportar los debates parlamentarios, ahí hay un fallo flagrante de puesta en escena. Y si falla la puesta en escena, falla todo.
Esto no lo sabemos por los politólogos sino por los cineastas, y sobre todo, por los críticos cinematográficos, que se pasan todo el rato con la puesta en escena por aquí, la apuesta en escena por allá. Yo de este vistoso asunto sé muy poco, porque la escritura no tiene puesta en escena sino palabras, y signos ortográficos capaces de crear sintagmas, una especie de grumos sintácticos elementales, pero he llegado a entender que para la puesta en escena de una cosa hace falta mucha maña, y más talento que para la confección de la propia cosa. «Deficiente puesta en escena», asegura el crítico. O «la peli habría podido estar bien, pero la ineptitud del director para la puesta en escena le arruina la trama». Etcétera. De manera que o bien los partidos políticos no contratan a buenos escenógrafos, o llevados por su natural vehemencia no les hacen luego ni caso, con grave perjuicio no sólo del espectáculo. De la política en sí. Tampoco utilizan bien la IA en los escenarios digitales. Y así nos va.