Jordi Coca acaba de publicar La quietud, novela incluida en la colección El Balancí, de Edicions 62. Menorquín por parte de madre, Jordi Coca Villalonga ha publicado más de cuarenta títulos y ha recibido los mejores premios de narrativa en catalán. Su primera novela, Els Lluïsos, salió en el año 1971, cuando yo empezaba, y fue muy bien valorada por la crítica. Entonces le conocí, gracias a nuestra mutua amistad con Maria Antònia Oliver, Jaume Fuster, Josep Maria Llompart y Maria Aurèlia Capmany. Recuerdo que vino a comer con nuestros amigos a la casa donde nací y mi madre preparó canelones de atún. También recuerdo su libro de ensayo: Pedrolo, perillós?, de 1973, y la anécdota que me contó: cuando entrevistaba a Manuel de Pedrolo le dijo que nadie le llamaba nunca y entonces sonó el teléfono. Pedrolo dijo: «¿Ves como sí?» Pero se habían equivocado. Otra cosa que recuerdo es que me dijo que lo mejor de Cien años de soledad era la escena de fusilamiento en la que Gerineldo Márquez exclama: «¡Cabrones, viva el partido liberal!» Muy teatral, Jordi Coca, por algo es doctor en artes escénicas y fue director del Instituto del Teatro.
Muchos de estos matices se reflejan en La quietud, la novela que comentamos, lo mismo que en las obras precedentes. La quietud se sitúa en una isla mediterránea que se parece algo a Menorca. Esto le procura uno de sus temas recurrentes: el aislamiento de la gente. Las ideas literarias y filosóficas del propio autor nutren la personalidad de Margalida, la protagonista, y entran a formar parte de la obra -el teatro, la historia reciente de nuestro país-, es una manera muy delicada de novelar -delicadeza por parte del autor-, muy refinada, hasta el punto de que la realidad subyacente nunca es descrita, sino solo sugerida. Ahí debe de entrar la imaginación y colaboración del lector. El contrapunto de Margalida es Celeste, su cuidadora sudamericana, que aparentemente no sabe nada, pero se constituye en una especie de hilo conductor apegado a la realidad, digamos que, salvando las distancias, son una especie de Don Quijote y Sancho, idealismo europeo y burda realidad americana.