Acaba de decir el Papa que los sermones de los curas no deberían durar más de ocho minutos. Si duran más, explica el papa Francisco, la gente empieza a adormecerse y ya no se entera de nada. El Papa, claro, se acuerda de Jesús, que si desde el principio se hubiera puesto a sermonear a la gente en lugar de contarles esas parábolas tan entretenidas, a la hora de repartir la merienda le hubieran sobrado la mayoría de los panes y los peces.
Entiendo perfectamente al Papa porque lo más parecido a un sermón que hay fuera de las misas es una columna de periódico. Lo que pasa es que si bien los sermones se sabe cuando empiezan pero no cuando terminan, en cambio las columnas sabes tras un simple vistazo lo que te van a tener ocupado, lo que para los curas es una ventaja, porque ya tienen a la gente sentada. No sé a cuántos caracteres de artículo de prensa equivaldrán ocho minutos de sermón, pero ya les digo yo que ocho minutos de columna no se los traga aquí nadie. Esta, sin ir más lejos, les llevará un minuto y medio como mucho y por eso se la están leyendo.
Tenía razón Julio Camba cuando, al definirse a sí mismo como un autor de artículos cortos, aseguraba lo terrible que era eso, porque los artículos cortos son los que de verdad se leen. Yo en un artículo de esos de tres o cuatro minutos, que alguno habré escrito también en mi vida, me atrevería a decir las mayores barbaridades con la tranquilidad que da saber que, como en los sermones, nadie se va a enterar.