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¿Qué nos está pasando?

| Palma |

El domingo 19 de mayo Madrid presenció un acto de campaña política organizado por la extrema derecha mundial al que acudieron miles de personas exaltadas. La estrella del acto fue, sin duda, el presidente de la República Argentina, Javier Milei, que acusó a Begoña Gómez, la esposa de Pedro Sánchez, de ser corrupta. Esta acusación, sin pruebas, ha generado una crisis diplomática que recuerda a cuando Nicolás Maduro llamó «basura corrupta» a Mariano Rajoy y el embajador de Venezuela en España fue expulsado.

Pero lo que me interesa destacar es, sobre todo, partes del contenido político del discurso del presidente argentino y sus homólogos ultras. Milei afirmó en Madrid que el bienestar social de los ciudadanos no es responsabilidad del Estado; lo que nos lleva a preguntarnos para qué sirve entonces el Estado. Según Milei, además, el socialismo está al servicio de las élites y pretende destruir los derechos de la gente corriente. En resumen, en Vistalegre los ultras vertieron pestes contra el estado del bienestar, que pretenden desmontar por completo para que la iniciativa privada provea sus servicios. Ese es el principal objetivo de la extrema derecha. No obstante, ese mensaje se entremezcla con palabras de odio contra los inmigrantes, el feminismo y la agenda 2030, conformando un discurso nacional-conservador que destaca por ser antiestablishment y, por tanto, paradójicamente rebelde.

Siempre ha habido mala gente en el mundo; lo preocupante es que ahora los ultras están movilizando a las masas. ¿Qué narices le está pasando a la humanidad? Todo esto tiene un tufo a años 30 que echa para atrás. Es para preocuparse de verdad. En el epílogo de su maravilloso libro, ¿La rebeldía se volvió de derechas?, Pablo Stefanoni, aludiendo a la teórica feminista de la New School for Social Research, Nancy Fraser, plantea que el malestar de las clases trabajadoras es resultado de décadas de combinación de políticas de austeridad, libre mercado, y trabajo precario y mal pagado bajo un sistema al que Fraser llama ‘Neoliberalismo Progresista': una alianza entre los nuevos movimientos sociales (ambientalismo, feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ) por un lado, y sectores de alta gama ‘simbólica' y de servicios (Wall Street, Sillicon Valley y Hollywood) por el otro. Los partidos socialdemócratas y democristianos, las élites partidarias, habrían sido en Europa los ejes vertebradores de esta coalición política, social y cultural contra la que parece que las clases trabajadoras están hoy reaccionando de forma brusca.

¿Es el populismo reaccionario la única alternativa al neoliberalismo progresista? ¿No hay, de verdad, una alternativa real de izquierdas? La verdad, no lo sé. Muchos afirman categóricamente que la izquierda necesita empezar de cero: resetear. Retomar un programa social ambicioso y valiente capaz de movilizar a las clases populares sin crear división o crispación. Poner al Estado social en el centro y olvidarse del resto. Olvidarse, por tanto, de las tesis de la izquierda postmoderna, eje central del neoliberalismo progresista que no va, para nada, con los verdaderos interesas de la clase trabajadora. Yo reconozco que no tengo una opinión clara al respecto. Estoy perdido. Perdido y asustado.

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