Viene a ser una decepción haber sido de las pocas personas que no estuvieron invitadas a la enorme mesa convocada esta semana por el Govern para abordar el problema de la saturación turística. Sin duda fue un descuido ante la amplitud de la convocatoria. Se formulará sin embargo desde aquí una propuesta para combatir el problema, que se ha convertido en acuciante cuando estamos en mayo. Cierto es que se barajan ya múltiples opciones: desde convocar a más expertos, turismo de soluciones, a reducir el número de vuelos. Se intuye una más fácil: fuera Google; fuera móvil. Se deja a los visitantes sin cobertura y se diluyen por el territorio sin saturar en absoluto. Sin referencia, ni puntuaciones se convierte en una tarea artesana saber qué sitio visitar, qué restaurante tiene el mejor aguacate o qué playa queda mejor en las fotos para Instagram. Es dejar al flautista de Hamelin sin instrumento. Así, previa entrega de un mapa en papel detallado de la Isla, se impide que las personas se congreguen, como hormiguitas en los mismos lugares.
Como nos ocurre a todos, hemos perdido la práctica de interpretar planos o de preguntar direcciones. A buscar Sóller, Formentor y cualquier cala. Sin pistas en el bolsillo de dónde acudir, se expande el número de posibles destinos. Los habrá más espabilados o previsores que lleguen al instante. Serán los menos. El excedente se conformará con preguntar en el hotel, a un guía o en lugares de confianza. Se pierde tiempo en esa maniobra y se escalonan las llegadas. Otros descubrirán sitios insospechados y serán más felices al regreso. Podrán presumir De esta manera no se aplican restricciones aparentes y, de hecho, se hace más interesante la experiencia de la visita, que es lo que ahora peligra. El viaje se llena de dudas y se convierte en algo similar a lo que era pisar un lugar desconocido por primera vez.