Hace unos días, me preguntaba un amigo qué votaría en las elecciones europeas. La pregunta es comprensible, se encuadra en mi nueva situación política de la doble condición de diputado y concejal no adscrito y no afiliado a ningún partido político. Le contesté como merece esa pregunta, es decir, huyendo de simplismos y tópicos estereotipados más propios de quien padece una cierta pereza o incapacidad analítica. La respuesta precisa de un esfuerzo intelectual y dialéctico que intentaré reproducir.
Partiendo de la idea, como he dicho siempre, que soy de derechas, las opciones se acotan bastante. Soy de derechas porque creo en la propiedad privada, en el libre comercio y en la economía liberal. No creo en la economía planificada, no funciona. No creo en el keynesianismo de libro; es propio de quien pretende hacer la revolución económica marxista-leninista desde las mismas estructuras del Estado. Intervenir la economía fuera de los periodos de crisis para luego decir que el mercado no funciona. Evidentemente, la economía libre de mercado no funciona si se la interviene.
En España tenemos un ejemplo histórico que nos ayuda a entender el liberalismo económico. Sucedió a finales de los años cincuenta, cuando el general Franco dio un giro a su gobierno apartando a los ministros falangistas partidarios de la economía planificada e intervenida por el Estado y nombró a los ministros tecnócratas partidarios de la economía liberal y de mercado. El salto en lo económico de España fue espectacular. España empezó a crecer por encima de la media europea y desde luego se puso a la cabeza en muchos aspectos de los países de la OCDE. El llamado milagro económico español se sitúa entre 1959 y la crisis internacional del petróleo de 1973. La autarquía planificada por el Estado fue un fracaso. Es cierto que vivimos unos años de posguerra y de aislamiento internacional que nos abocaron a ello, pero no todo fue así. Aquella autarquía estaba también revestida de un cierto mal entendido orgullo patrio que se demostró del todo ineficaz. Si vivimos en el mundo, tenemos que funcionar con el mundo. Los tecnócratas así lo entendieron y propiciaron la auténtica revolución económica española de los años sesenta que convirtió a España en un país moderno, industrial y desarrollado.
En nuestros días, vivimos abocados a un intervencionismo estatal excesivo que no deja casi lugar a la iniciativa privada y cuando ésta se aventura a emprender choca contra un muro de papeleo y de burocracia que ahoga y vuelve inerte el entusiasmo inicial. Las principales empresas de nuestra economía son empresas públicas, intervenidas por el Estado en todas sus formas. Debemos volver a la iniciativa privada. Hay que simplificar la Administración, la burocracia y el papeleo. Más bien parece que lo público busca excusas para sobrevivir, para engordar, para acaparar la iniciativa económica de nuestra sociedad, pero lo público no genera riqueza. En estos momentos tenemos esperanza y es el nuevo decreto de simplificación administrativa del Govern de Marga Prohens. Sin duda, es una bocanada de aire fresco y desde luego una lanza en pro de facilitar las cosas a los ciudadanos en general y de manera muy particular a aquellos que tienen iniciativa y quieren emprender.
Bajar y suprimir impuestos, aprobar leyes de vivienda, decretar la simplificación de la Administración, regular la sanidad ante la avalancha de turistas este verano, garantizar el Plan Provilac para el sector lácteo y un largo etcétera. Son medidas que, sin duda, redundarán en beneficio de los ciudadanos de Baleares.
Cada vez en la historia que la Administración pública ha abierto la mano y ha dejado fluir la economía y la iniciativa privada, hemos gozado de prosperidad y bienestar económico. Debe seguir siendo así. El Govern balear presidido por Marga Prohens así lo entiende y así lo hace. Por esa razón cuenta con mi apoyo, me comprometí con 110 puntos de acuerdo al inicio de legislatura que se están cumpliendo por parte del Govern. En eso estamos.
Me pregunta y me insiste mi interlocutor, pero a quién votarás. Me encojo de hombros y le ofrezco la mejor de mis sonrisas para luego desearle un buen día, no sin antes susurrarle que el voto es secreto.