Que en la actualidad ya casi nadie distinga verdades de mentiras, información de difamación, sabiduría de necedad y realidades de ficciones, logro tecnológico de la industria del entretenimiento y la comunicación, parece que debería favorecer esa labor de los embusteros, farsantes, cuentistas y monederos falsos, ansiosos por colocar su relato y rentabilizar así sus trolas. Pero no está tan claro, a veces los mejores planes fallan por exceso más que por defecto, y si en la oscuridad nadie acierta a distinguir lo que tiene delante de las narices, enseguida empieza a desconfiar de todo, incluso de las mentiras mejor elaboradas. No digamos ya de las chorradas, que son el grueso de las percepciones. En los relatos de terror clásicos, si bien las tinieblas son importantes para difuminar los contornos y generar confusión, que es la gran tarea política de los sujetos mencionados, es preciso que también haya alguna luz (una vela, un farol, la luna, el débil resplandor de una taberna de mala muerte), ya que si no se ve nada nunca, tampoco aparecerá el monstruo, ni las siniestra huellas de su paso, y el espectador o lector, aturdido como un capullo en la noche, se aburre, no se cree nada y abandona el intento de enterarse de algo. «Es igual, a la mierda», refunfuña. Las verdades no le hacen efecto, ni le interesan, pero las mentiras tampoco. Los hechos le traen sin cuidado (como a cierta prensa de agitación norteamericana o madrileña), no los ve, pero las ficciones le importan un bledo, imposible detectarlas en la oscuridad de la noche. Si acaso, a estos capullos les queda alguna vieja certidumbre (el cambio climático no existe, las vacunas son letales, nos han robado las elecciones, ETA está ganando, etc.), que señalan como si fuese un cartel luminoso en las tinieblas, pero las falacias más actualizadas, que con tanto trabajo difunden tantos profesionales de la mendacidad, no se las tragan. Llueven sobre mojado, les dan lo mismo. En la oscuridad ya no se ven ni los monstruos, y los fabricantes de tiniebla están ahuyentando a su clientela por exceso de oferta. ¿Y esto es cierto? ¿Hay muchos capullos en la noche? No lo sé. Carezco de datos fiables. Sólo me lo figuro.
Capullos en la noche
Enrique Lázaro | Palma |