De un tiempo a esta parte me parece que oigo voces, lo que si para cualquier individuo oyente puede ser signo de locura o posesión diabólica, para un sordo que jamás oyó nada y se guía por la lectura labial, el tono y la gestualidad (lenguaje no verbal), es un fenómeno más raro y peligroso, incomprensible. Sobre todo, porque los sordos somos más sensatos que la gente corriente, y al haber escuchado pocas tonterías desde niños, tenemos el cerebro menos maleado, sin zonas cenagosas que alteran la cognición y propician los trastornos. No somos proclives a locuras ni posesiones, y si no oímos las voces que todo el mundo oye (salvo que estén subtituladas en las pelis), cómo vamos a oír las que no existen, o existen sólo en la mente. Imposible. Los sordos oímos con los ojos, de ahí que cuando hace unos meses empecé a escuchar voces muy confusas, enseguida me pregunté qué mierda estaba yo mirando, y si lo próximo sería ver muertos. Muertos locuaces, me refiero. Pero sólo estaba leyendo el periódico tranquilamente, y no pude distinguir si las voces que resonaban en mi cabeza, chillonas y estridentes como de niños mimados con una pataleta, eran las mismas cuya transcripción leía en la prensa. Capté entonces algunas voces de tono autoritario, acaso pertenecientes a diputados o senadores (ya he dicho que distingo los tonos, como los perros), y calculé si mi largo hábito de traducir signos visuales en auditivos, alcanzado el paroxismo, no me habría llenado la cabeza de voces persistentes, crónicas, igual que si tuviese una radio incrustada en la sesera, o un informativo de televisión. ¡El desorden de los sentidos que poetizaba Rimbaud! Y en esas estamos. Por hache o por be, parece que he interiorizado el irritante vocerío exterior, y ahora oigo voces cada dos por tres, incluso haciendo un sofrito, fregando la vajilla, poniéndome los zapatos y bajando la basura O de camino al estanco. Aún no he logrado identificar ninguna, aunque hay dos o tres muy insistentes y drásticas, y una quizá perteneciente a un as de las monsergas, porque murmura sin tregua y nunca dice nada. Insinúa, denigra. En serio, no tiene gracia oír voces. No me quedé yo sordo para esto, y por primera vez en mi vida compadezco a los oyentes. Apañado estaré si ahora tengo dentro el griterío exterior.
Me parece que oigo voces
Enrique Lázaro | Palma |