El Real Mallorca y nunca tan merecido el mayestático Real. Su comportamiento noble es un ejemplo para muchos de los estamentos que dirigen y rigen nuestras vidas. Demostró una de las grandes enseñanzas de la vida. La dignidad es más importante que la victoria. Como mallorquinista y sobre todo como mallorquín, me quedé con la necesidad de decirles: «Gràcies de tot cor». Apenas terminó el partido, donde demostró una entrega, derroche de nobleza y espíritu de lucha, se inició la gran lección. Parecían recitar con la mirada alta el poema de R. Kipling. Han soñado sin dejar que los sueños les dominen. Han gestionado la derrota con la madurez de campeones. Nobles con el adversario. Solidarios en la derrota abrazando a los que se sentían culpables sin serlo. Agradeciendo a la afición lo que recibió estas semanas. Unidos en el dolor, pero firmes en la convicción y esperanza. Se han levantado y saben que su esfuerzo no ha sido en vano. Nos han regalado dignidad, ejemplaridad, amor por lo que defienden y han conseguido algo que los políticos y defensores de ideologías reduccionistas nunca han sabido hacer con nuestra cultura y lengua. Cohesión, transversalidad y unión. No había clases sociales. Mezclados, jóvenes con mayores, mujeres y hombres, agnósticos y creyentes, catalanistas y españolistas. Y todo era comunión en lo trascendente. Amor por unos colores con pasión, pero sin perder la razón. La mallorquinidad enseñó unos de nuestros valores mayúsculos, seny y señorío. Ni un mal gesto, ni un aspaviento de mal gusto ante la derrota immerecida. Los penaltis son una lotería injusta, pero aceptada. Toda una lección de pedagogía aplicada.
Pocas veces hemos visto en Mallorca algo semejante. Los medios de comunicación hicieron un despliegue de agradecer. La afición respondió con su esfuerzo y sacrificio. Los directivos merecen mención aparte. Crearon un proyecto hace una década. Recordemos quiénes éramos y dónde nos han llevado. Han superado adversidades, baches, han sido generosos en la inversión. Nos han conseguido un estadio que está a la altura de Primera. Los niños ya no serán sólo del Barça o Real Madrid. Serán mallorquinistas. Ayer salieron al campo como se esperaba. La afición con las máscaras de Abdón reflejaba la pasión por el emblema de la mallorquinidad. El de Artà ha sabido encarnar nuestros valores y es el símbolo del mallorquinismo. Aprendamos la lección. Apliquémosla a las esferas de la vida cotidiana. Que políticos y entidades sociales tomen muestra de cuál es el camino para recobrar valores, cohesión social y amor a la tierra. La vida nos regala lecciones que hay que valorar y aprender. El Mallorqueta nos ha dado una tesis doctoral. Un Cum Laude. Reiterar mi agradecimiento y estima. Unidos somos fuertes. La pasión no es incompatible con la razón. Visca el Mallorca.