Nunca he sabido muy bien cuál es la razón por la que, desde hace años, algunas noches hay zonas de Palma en las que no hay ninguna iluminación exterior. Intuitivamente, suelo pensar que esa negrura sobrevenida puede estar quizás motivada por alguna pequeña avería o por el deseo de intentar ahorrar un poco apagando unas cuantas farolas aquí y allá. Hace unas semanas, esta curiosa circunstancia se dio en algunas calles del Puig de Sant Pere, que se encontraban literalmente a oscuras, lo que le daba a dicha barriada un toque como de romanticismo crepuscular y decimonónico, que se acentuó aún un poco más cuando vi pasar por la Porta de Santa Catalina una hermosa galera que parecía recién salida de una secuencia de ‘El gatopardo', del maestro Luchino Visconti. No muy lejos de ese enclave, una pareja de turistas jóvenes se animaron a adentrarse a pie en la que seguramente debía de ser la calle más lóbrega de todas. En ese instante, admiré su osadía y su temeridad. Durante unos segundos, incluso dudé sobre si seguir o no su ejemplo, pero luego pensé que posiblemente sería mucho mejor dejarlo para otro día, o, mejor dicho, para otra noche. De regreso a casa, me tranquilizó ver que otras zonas que a veces han estado también a oscuras, como Pere Garau o Aragó, estaban bien iluminadas, pues una cosa es el romanticismo bien entendido y otra muy distinta el riesgo de llegar a vivir alguna experiencia más o menos tenebrosa. Hablando hoy de oscuridades, también les podría haber hablado de las ‘50 sombras de Grey', aunque me temo que esa hubiera sido ya, ay, otra historia.
Casi a oscuras
Josep Maria Aguiló | Palma |