Mirando a Palestina, porque es imposible no hacerlo, nos fijamos en nuestra ciudad cuando comienza una nueva temporada turística que promete ser aún más masiva y agobiante que la anterior. El relato oficial insiste en el enriquecimiento general y el éxito del modelo. Cuando empiecen las quejas, incluso las de los turistas, alguien sacará el discurso, también oficial, de apostar por un turismo sostenible y mejorar los servicios, aunque cualquier mejora quedará sepultada tras otra oleada de masificación.
La realidad se impone y los relatos oficiales son cada vez menos creíbles. Vivimos un empobrecimiento colectivo, la brecha entre salarios y precios se ensancha, la vivienda es inasequible, los servicios son insuficientes y el residente siempre queda relegado. La población tradicional es expulsada hacia una periferia que también sufre la onda expansiva de la especulación inmobiliaria y las subidas de precios.
¿Quién ha decidido que solo se puede vivir así, que la insularidad nos impide desarrollar otros sectores productivos, cuando estamos importando productos de islas lejanas? Es hora de rescatar la memoria del desarrollo industrial que vivió la isla, de cómo y porqué se desmanteló y de cuáles han sido las consecuencias. La ciudad está al servicio del turismo y de quien lo maneja, pero necesitamos un turismo al servicio de la ciudad. Darle la vuelta al modelo es cuestión de voluntad política, de identidad como pueblo, de soberanía y de buscar las alianzas adecuadas.