Es tal la degradación de la vida pública en España y también en Baleares que me siento incapaz de hacer un análisis. Siempre he creído que la incompetencia y la mediocridad no merecen una interpretación, una búsqueda de causas, porque es todo demasiado chusco.
Hoy, pues, quería observar una de las razones por las que muchas políticas en las democracias son equivocadas. Los ciudadanos nos preguntamos cómo es posible que los políticos yerren tanto justamente cuando disponen de toda la información y de los recursos para acertar en sus decisiones. Diríamos que, con el conocimiento a su alcance, con los equipos que les rodean, están condenados a escoger el camino adecuado pero, sin embargo, vamos a peor. ¿Cómo es posible?
La cuestión es incluso un poco más sutil: cómo puede ser que equivocándose, esos mismos políticos ganen elecciones. Yo diría que precisamente ganan elecciones porque se equivocan. De hecho, si un político le dijera la verdad a los ciudadanos, si les explicara cómo mejorar la calidad de vida para el futuro, es probable que pudiera perder. Todos hemos visto cómo el ciudadano, en la práctica, pide que le engañen. Aunque lo de Baleares y España quizás tenga también un componente de incompetencia, que vamos a dejar de lado.
Esta es una explicación de este fenómeno.
Un grupo de académicos israelíes hizo un estudio de dimensiones colosales para saber cómo se lanzan los penalties en el fútbol. Se introdujeron en un ordenador todos los datos de los penalties lanzados en todos los partidos de las ligas más importantes de los diez países con más afición al fútbol durante los últimos años. Siguiendo el sentido común, los penalties se pueden lanzar y se lanzan de tres formas: o a la derecha del portero, en un treinta y tres por ciento de los casos; o a su izquierda, en otro tanto; y la última tercera parte, obviamente, por el centro de la portería.
Hasta ahí, todo es más o menos imaginable.
Sin embargo, el estudio descubre un hecho sorprendente: en contra de toda lógica, los porteros no optan de igual manera por lanzarse en proporciones similares. No. Apenas en el cuatro por ciento de los casos el portero se queda quieto en su posición, por si el penalty es lanzado por el centro, mientras que en el cuarenta y ocho por ciento de las ocasiones se lanza hacia la derecha o a la izquierda. Es decir que no existe correlación entre la estadística de cómo los jugadores lanzan los penalties y cómo reaccionan los porteros. Muy pocos, casi ninguno, espera que el balón vaya por el centro de la portería, al tiempo que sobrevaloran las opciones de los dos extremos.
Ahí acaban los datos y empiezan las explicaciones interpretativas: ¿por qué los porteros, de forma ilógica, optan por lanzarse hacia la izquierda o la derecha con más frecuencia de la que estadísticamente escogen los jugadores que lanzan el balón?
Esto, aparentemente irracional, tiene una respuesta que ratifica con contundencia la idea de que el ser humano toma sus decisiones de forma absolutamente lógica. Es decir que en lugar de ser ilógico, el ser humano actúa con más lógica que las matemáticas, porque contempla otra variable más sutil. Lo explicaba un portero que fue entrevistado para que explicara este comportamiento: «Yo tengo tres opciones. Y sé que estadísticamente el balón puede entrar por tres vías. Es muy probable que el penalty termine en gol porque tengo dos terceras partes de posibilidades de equivocarme. Pero hay un factor más: si yo me lanzo a cualquiera de los dos extremos, el público que está en la tribuna pensará que me he esforzado, que he dado lo mejor de mí, pero me he equivocado. Sin embargo, si me quedo quieto, pensará que soy un vago, que no he puesto interés, que me daba igual. Si me quedo quieto y el balón viene a mí, en el centro, me lo perdonarán, pero si por el contrario va a un extremo, estaré condenado por el público». Y eso, el aplauso del público, cuenta. Es decisivo.
Traduzcamos esto en términos políticos: se equivocan, sí, pero consiguen el aplauso a corto plazo, el titular del periódico de mañana, la satisfacción del ignorante. Te hacen el gol, pero has demostrado que hiciste todo lo que estaba a tu alcance. No has arreglado nada, pero nadie te podrá decir que no lo has intentado. Como con la COVID: todo fue aparentar hacer, sin arreglar nada.
Ese es el resultado de introducir el marketing en la política: no se solucionan los problemas y hasta logran ser aplaudidos por sus errores. Todo se limita a dar la apariencia de esfuerzo, de lucha.
Genial: los premiamos por equivocarse y simular que luchan por nosotros.