Qué hacer cuando descubres que tu padre o tu abuelo ha sido un torturador? ¿Cómo asumir que aquel hombre cariñoso que jugaba contigo cuando eras pequeño, que te regaló tu primera bicicleta, que te llevaba a la playa, ha sido condenado a cadena perpetua por los crímenes que cometió defendiendo una dictadura? ¿Cómo mirarle cuando ni siquiera se arrepiente de aquellos crímenes o incluso en su delirio intenta justificarlos?
Esa es la realidad a la que se enfrentan personas de todo el mundo que han tenido que decidir entre apoyar a su padre o abrazar la defensa de los derechos humanos y los valores en los que creen, a pesar de que eso, en muchos casos, suponga ser repudiados por los suyos. Desde Chile, Argentina o España, esas personas han dado un paso al frente y se han unido en el Colectivo Historias Desobedientes para denunciar los crímenes que hicieron sus progenitores y defender la dignidad del ser humano. En Argentina la primera fue Analía Kalinec, hija de un torturador confeso que cumple hoy cadena perpetua y que fue repudiada por su familia en un proceso legal para declararla «hija indigna». Su testimonio fue recogido en un cortometraje titulado La hija indigna que ha recorrido festivales de cine por todo el mundo. Aquí, en nuestra España, quien dio ese paso al frente investigando y documentando su historia es Loreto Urraca, nieta de Pedro Urraca, policía franquista que, acabada la guerra, pasó años en Francia persiguiendo y deteniendo a los exiliados republicanos. Su mayor ‘éxito' fue la detención y entrega a la policía española de Lluís Companys para que fuera fusilado.
Son muchas las personas que hoy, conscientes de las atrocidades cometidas por sus familiares, se debaten entre callar o dar ese valiente paso al frente desmarcándose de lo que ellos hicieron. El miedo a ser repudiadas por su familia, a que no entiendan su necesidad de intentar reparar aquellos crímenes, son el obstáculo a veces insalvable que hace que se debatan entre ser fieles a sí mismas, a lo que creen, a lo que son, o a guardar silencio con la esperanza de que el olvido lo borre todo. La tentación de dejarse llevar por esos cantos de sirena del «no hay que abrir las heridas del pasado» es grande. Es más fácil guardar silencio que hablar, pero es necesario, y más en estos tiempos de resurgir del fascismo, que no lo hagan, que den ese paso al frente que exigen la Verdad, la Justicia y la Reparación. Y quienes descendemos de quienes sin llegar a ser torturadores defendieron aquella dictadura también deberíamos hacérnoslo mirar.