Gracias a los historiadores alemanes Walter Waiss y Alexander Sepasgosarian (del Mallorca Magazin), acabamos de conocer el primer testimonio de un miembro de la Legión Cóndor en Mallorca. Es la historia del sargento Alfred Tonello, un piloto de bombardero de la base de Pollença que fue derribado en Castellón en 1938 y acabó en una cárcel republicana. Su destino pintaba muy negro.
Los alemanes comenzaron a operar en Mallorca en junio de 1937, tras la caída del País Vasco y dos meses después del bombardeo de Gernika. Su base estaba en la bahía de Pollença, donde tenían una escuadrilla de siete hidroaviones tipo Heinkel y Junkers. Su símbolo era una calavera con unas tibias cruzadas, como si fueran piratas del aire, y su misión era la misma que la de sus compañeros españoles e italianos: machacar todo el litoral republicano. El historiador Massot i Muntaner dice que los germanos fueron «más disciplinados y precisos que los italianos». Entre todos causaron más de 5.000 víctimas mortales.
El día fatídico para la tripulación del Heinkel de Tonello fue el 15 de marzo de 1938. Aquella mañana bombardearon Tortosa y después se atrevieron a ametrallar un tren a baja altura cerca de Vinaroz. Su motor fue alcanzado por disparos del enemigo y tuvieron que aterrizar en un huerto de naranjos. Los cinco tripulantes salieron milagrosamente vivos y, armados con solo una pistola para todos, corrieron hacia el mar. El sargento Tonello explica: «Cuando llegamos, vimos un velero. Pensamos en cogerlo para volver a Mallorca, pero oímos un disparo y nos vimos rodeados por unos 15 hombres armados con fusiles y pistolas. No pensamos en responder».
El Gobierno republicano emitió una nota con el nombre de todos los detenidos para denunciar la «agresión del personal militar alemán» en su costa.
Los desnudaron y los encerraron en diferentes prisiones de Valencia y Cataluña. «La comida era la justa para mantener la vida. Nunca nos saciábamos. Siempre teníamos hambre. Al principio, ocho de nosotros dormíamos en dos colchones», relata Tonello.
Los interrogatorios también eran muy duros. Los republicanos querían que confesaran la verdad: que no eran voluntarios civiles sino miembros del ejército alemán. Algunos accedieron y recibieron un trato «tolerable dadas las circunstancias». Tonello no fue agredido nunca. Sí que sufrieron amenazas de muerte. Los guardias les avisaban de que su «último trabajo» sería «disparar a todos los alemanes». Y un día, mientras los afeitaban, un comisario político comentó: «¿Por qué no le cortas el cuello a este hijo de puta ahora mismo?».
Sin embargo, un día los vistieron de azul, los metieron en un camión y cruzaron la frontera francesa hasta Estrasburgo. El Gobierno había decidido intercambiarlos. La vida de un piloto era demasiado valiosa.
Tonello regresó a Alemania y plasmó en un informe su histórico testimonio. El documento fue requisado tras la II Guerra Mundial y acabó en un archivo ruso, donde el historiador Waiss lo ha encontrado. No sabemos cuál fue el destino de Tonello, pero dada su experiencia, seguro que participó en importantes batallas del conflicto mundial.