Hubo un tiempo en que en política sólo se hablaba de política, pero parece ser que el cambio climático también ha afectado a lo que otrora fuera un arte noble: derretidas las nieves de antaño, no nos queda más que un erial seco, resquebrajado, agostado de semillas, desnudo de ideas y lleno de súcubos berreando sin rumbo y a lo loco por esta nueva tierra de Nod en que se ha convertido la piel de toro.
En política, poco se habla de política, ya digo. Se berrea, se insulta, se miente, se ofende y el diálogo político, es un decir, se ve reconducido a las tonturas y memeces del Twitter, donde reina lo escatológico, lo subnormal, el delirio y el deseo de darle una patada definitiva a la boca de quien sea. Nuestros políticos se pasan el día mirando la paja en el ojo ajeno y negando la mayor con la desenvoltura típica de los cínicos. Donde digo fruta, digo puta. Por ejemplo.
En tal tesitura, no es de extrañar que se hayan puesto de moda los mediadores (qué ridiculez lo del Consejo General del Poder Judicial y qué bochorno el papelón del Partido Popular), ya que en verdad empezamos a dar trazas de que somos un Estado fallido, como lo muestra igualmente esa legión de jueces fachas para los que la división de poderes no es más que una mariconada decimonónica. Y para más fanfarria, tenemos ahora a los agricultores quemando muñecos de Pedro Sánchez y del ministro de Agricultura.
Después de más de tres siglos de Inquisición, eso de quemar muñecos con la cara de los herejes debe de resultarnos algo atávico.