Visto el ritmo con el que se nos ha olvidado Ucrania, ahora mismo estalla la II Guerra Mundial y perdemos la atención antes de que los nazis tomen Francia. Ni a Dunkerke se llega. Se recuerda ahora que se cumplen dos años desde que Rusia invadiera Ucrania y casi que es como si ocurriera de nuevo, de lejos que quedaba. Había que llegar al fondo de las webs para encontrar una referencia a qué estaba pasando. Se descubre de repente que andan los ucranianos sin munición, solo con el apoyo de Europa y no se sabe muy qué están haciendo los Estados Unidos ahora mismo con su presupuesto. Las primeras semanas el asunto era omnipresente. Cada avance y cada retroceso se analizaban al milímetro, como si la vida fuera en ello. Relatos históricos, el origen, las consecuencias, la inflación.
Todo era geopolítica, táctica y también solidaridad. En un casi sin darse cuenta, tan pronto como llegó se fue. La atención se marcha a otros sitios con una facilidad pasmosa. Pareciera que el ruido del primer momento, de atronador que es luego nos deja sordos. Es un desfondarse de la realidad, salir a toda pastilla en una carrera y cansarse nada más empezar el recorrido. Lo mismo que ocurre con Ucrania pasa con todo. A Gaza e Israel le empieza a suceder el mismo síntoma, ya casi ni preocupa y vaya si hace nada era tema de inquietud. Parece incluso que el fenómeno se acelerara cada vez más. Todo urgente y casi nada importante; atracón y luego hambre. Con esos mimbres, no resulta extraño mirar con pesimismo a Ucrania y a lo que pueda pasar. De ser un conflicto en el que se jugaba el futuro de Occidente a apenas importar. Ojalá la premisa inicial fuera exagerada porque, de lo contrario, se antoja un desastre. Se pasará rápido, eso sí. Al menos la impresión. Se irá en cuanto llegue la siguiente novedad que acapare toda la atención para luego ser olvidada.