Los seres humanos aprendieron muy pronto, no sin sufrir grandes bajas en combate, que lo más importante para seguir vivos es protegerse la cabeza. La cabeza contiene elementos indispensables para la existencia, razón por la que a ella se dirigen preferentemente los ataques enemigos, de modo que el invento del casco, luego llamado yelmo para salvar también la cara (era de tontos ir por ahí dando la cara), se caía por su peso. Quizá fue un sumerio, o un chino, el primero en percatarse de que todo puede perderse, menos la cabeza. Los primeros cascos eran de cuero, incluso de madera, y aunque muy útiles no resultaban, al menos imponían respeto. Este detalle no es baladí, porque como sucede con todos los grandes inventos empezando por el alfabeto, enseguida se volvieron también algo decorativo, con numerosas variantes y modelos según lugares y culturas. El casco minoico, el célebre casco corinto de bronce, que luego copiaron los romanos y triunfó en el cine, el otomano, el celta, el vikingo, el mongol, etc. No ha habido civilización sin casco, porque o conservas la cabeza, o no duras nada.
Y así hasta llegar a la gran apoteosis del abigarrado casco medieval, que mientras aumentaba la protección y los adornos (penachos en la cimera, pinchos, cuernos, animales, rostros), se dotaba de nombres específicos y un lenguaje propio. Almete, yelmo, celada, bacinete morro de cerdo, el morrión castellano, el barroco kabuto japonés copiado de los chinos y los coreanos. No me cabe aquí sino un atisbo de la vasta cultura, filosófica, lingüística y artística, que la necesidad de salvar la cabeza, y el subsiguiente invento del casco con su infinidad de diseños llamativos a fin de amedrentar, generó con el paso del tiempo. ¡La supervivencia convertida en decoración! Lo típico de casi todos los grandes inventos, incluidos motores de búsqueda y física cuántica. Ahora el casco se reduce a desfiles ornamentales y profesionales de acción, militares, polis, astronautas, bomberos, deportes de contacto, motociclistas. Yo mismo lo uso en la Vespa, algo rajado por una colisión, pero que me da suerte. De no ser por él, ahora no podría hablarles del casco, el mayor invento humano. Ni de nada.