Subo por el bulevar de Saint Michel a una hora en que las librerías están todavía cerradas. Hacía mucho que no volvía a París. Siempre ha pasado mucho tiempo desde que uno fue a París por última vez. En los jardines del Luxemburgo busco el busto de Stefan Zweig. La primera vez que vine, Zweig no tenía ningún espacio dedicado en el Luxemburgo y yo no había leído tampoco ninguna obra suya. Ese mismo tiempo nos da a todos la posibilidad de remediar nuestros errores. El busto está allí desde 2003, aunque yo no me enteré hasta el año pasado. Muy cerca, saliendo por la Rue Vaugirard, se encuentra el Café Le Tournon, donde cada vez que venía a París, Zweig se reunía con su amigo Joseph Roth, que, fiel a sus principios (nunca llevar llaves en el bolsillo), vivía allí mismo, en el hotel.
Después de visitar a Zweig, bajo por la Rue Bonaparte en dirección al Sena. Ya que estoy, prefiero cruzarlo por el puente Alejandro III, el más bonito de la ciudad, si hay que hacer caso a Rodin. Justo en la otra orilla, junto al Petit Palais, se levanta también la estatua de Winston Churchill. Sobre el pedestal se leen las famosas palabras de su discurso del 4 de junio de 1940: «We shall never surrender». A mí siempre me han gustado más, sin embargo, aquellas otras: «If necessary for years, if necessary alone».
Ya en la plaza de la Concordia, a la altura del Hotel de Crillon (hoy pasaré de largo), caigo en la cuenta. De las dos estatuas que he visitado esta mañana, una es de un premio Nobel de Literatura. Es la otra.